El arquitecto sueco Lars Asklund estaba muy conmovido por las imágenes que había visto en la televisión. Cientos de personas llegaban a su país en 2015 sin un lugar donde quedarse.
Él quería ayudar, pero no sabía cómo. Lo primero que se le ocurrió fue dirigirse a las autoridades de inmigración, en Malmo, para ofrecer dos habitaciones de invitados que tenía vacías en casa.
Al no obtener respuesta, se acercó a un centro de asilo cercano donde los recién llegados estaban esperando por un hogar donde quedarse. Allí, se acercó a Waleed Lababibi, un refugiado sirio de 25 años, y le hizo 3 preguntas: "¿Estás casado?" "Sí", respondió Waleed. "¿Tienes hijos?" "No" "¿Eres un fundamentalista?" preguntó Lars mirándole a los ojos. "No". "Ok, tengo algo que proponerte".
Waleed y su mujer son refugiados sirios. La pareja y el hermano de ella, de 22, ahora viven en el apartamento de Lars. Juntos recuerdan su primera noche en la casa de Lars.
“En el momento en el que cerramos la puerta de nuestra habitación nos sentimos tan aliviados. Por fin teníamos un lugar en el que refugiarnos”, recuerdan.
Un mes después de llegar, Lars invitó al hermano de Farah a cenar con ellos en Navidad. Los cuatro pasaron un buen rato y congeniaron realmente bien. Después de cenar, Lars acercó a Milad al centro de asilo en el que seguía viviendo. Cuando llegó y vio las condiciones del centro, donde 580 jóvenes estaban apiñados, decidió traerlo de vuelta.
“Simplemente no podía dejarle ahí. Le dije que recogiese sus cosas, se volvía conmigo”, cuenta Lars.
Farah, Milad y Waleed estuvieron desplazados dentro de Siria antes de dejar el país. Tuvieron que huir de su casa en 2012, y al principio se quedaban en hoteles o en casas de amigos y parientes. En medio de una cena familiar, un misil aterrizó en la calle, quemándolo todo y decidieron huir.
“En cuanto se hizo de día, recogimos lo que pudimos y huimos”, dice Waleed.
Waleed, Farah, Milad y otros refugiados se reúnen cada semana en casa de Lars para dar una clase de sueco de dos horas y un vecino, profesor jubilado, les da otra clase adicional de sueco cada semana.
“Para mí es genial”, asegura Lars. “Tengo nuevos amigos y realmente me gustan. Ellos me han ayudado mucho”, prosigue.
Lars organiza constantemente fiestas y reuniones para integrarlos en la comunidad y ayudarles a crear sus redes de contactos.
“Se preocupa tanto”, dice Milad. “Él estudia conmigo, incluso cuando llega tarde por la noche. Y siempre está discutiendo con sus amigos sobre cómo ayudarnos con nuestra carrera. Somos tan afortunados de haberle encontrado”, asevera.
Ésta es sólo una de los cientos de familias que han sido acogidas en Europa, rompiendo las barreras culturales e idiomáticas, llenándose de esperanza y de humanidad. Su generosidad es un ejemplo para todo el mundo.