A sus 14 años, Alaa recorre cada mañana las calles de Beirut vendiendo agua embotellada. Los escasos 10 dólares que consigue recaudar al día apenas le sirven para...
A sus 14 años, Alaa recorre cada mañana las calles de Beirut vendiendo agua embotellada. Los escasos 10 dólares que consigue recaudar al día apenas le sirven para sobrevivir a él y a sus hermanos, que dependen de su trabajo desde que murió su padre hace un año. Su historia es la de miles de niños refugiados sirios que se han visto privados del derecho a la educación, arrastrados a la miseria y el trabajo infantil tras su desplazamiento.
“Tuve que trabajar para mantener a mi madre y mis hermanos”, explica Alaa, que abandonó los estudios habiendo completado el cuarto curso. “Ojalá pudiera volver a la escuela, pero ahora no tengo otra opción”.
La escolarización es un derecho totalmente consolidado a lo largo del planeta (el 91% de los niños reciben escolarización primaria), visto en todas las sociedades como la oportunidad para cualquier niño de labrarse su futuro y poder desarrollar plenamente su personalidad.
En su artículo 26, la Declaración Universal de los Derechos Humanos recoge las bases en torno a las que se articula el derecho a la educación.
Sin embargo, este derecho se convierte en una utopía cuando analizamos la situación de los niños refugiados, particularmente, a medida que ascendemos en la escala educativa. Un 61% de los niños refugiados reciben escolarización primaria, solo el 23% alcanzan la educación secundaria (cuatro veces menos que la media global) y sólo un 1% es capaz de llegar a la Universidad. Estos datos se vuelven aún peores en el caso específico de las niñas refugiadas.
A los niños refugiados como Alaa, además de otorgarles los evidentes beneficios que la educación tiene para cualquier niño, la escolarización les permite encontrar un espacio seguro en el que encontrarse protegidos de su pasado y de un entorno habitualmente muy hostil y violento.
Una vez a la semana, Alaa y otros niños refugiados en su misma situación tienen la oportunidad de escapar de su realidad diaria y volver a ser niños. La llegada al barrio de un autobús colorido hace que los jóvenes vendedores ambulantes recojan sus bártulos y se dirijan hacia el recién llegado.
Se trata del “Fun Bus” (autobús de la diversión), una iniciativa financiada en conjunto por ACNUR y la Unión Europea e implementada por la Fundación Makhzoumi, una ONG libanesa. Se trata de un espacio seguro que recorre la ciudad de forma itinerante para que los niños refugiados acudan a realizar actividades, juegos y retomen su educación.
Cuando acaba su clase, Alaa recoge sus cosas y vuelve a su dura realidad. Sin embargo, aunque sea por un día, este joven refugiado ha vuelto a ser un niño y la perspectiva de volver al “Fun Bus” le permitirá afrontar con algo más de esperanza su rutina diaria. “Estoy deseando que llegue la semana que viene y poder volver”, declara mientras se aleja con su bolsa llena de botellas de agua.
ACNUR trabaja para que todos los niños refugiados puedan hacer realidad su derecho de acceder a la educación.
Ayuda a los refugiados