Desde 1979 cada 16 de octubre se celebra el Día Mundial de la Alimentación, promovido por la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), con el objetivo de disminuir el hambre en el mundo. Por eso, queremos hablar de este día poniendo el foco en las personas que la sufren cada día y que les condiciona su presente y su futuro. Gran parte de esas personas están en África y más concretamente en la zona conocida como el Cuerno de África.
Para la mayoría de las personas que residen ahí, hablar de un futuro próspero parece un sueño inalcanzable, ya que la sequía y el hambre condiciona sus vidas. Para poner en contexto lo que está ocurriendo en esta región conviene saber más sobre ella. Está situada en la parte oriental de África, entre el mar Rojo y el océano Índico y separado de la península arábiga por el estrecho de Bab el-Mandeb. Su nombre viene de la forma triangular que tiene la región y está compuesta por Etiopía, Somalia, Yibuti y Eritrea, pero en muchas ocasiones se incluye Kenia, Uganda, Sudán y Sudán del Sur. En este extenso territorio de zonas desérticas y secas de más de 4,6 millones de kilómetros cuadrados, viven más de 200 millones personas en condiciones de extrema pobreza.
António Guterres, Secretario General de Naciones Unidas, en la Reunión de Alto Nivel sobre Promesas de Contribuciones para el Cuerno de África, celebrada el pasado mes de mayo, se ha expresado con contundencia y ha alertado de las crisis continuadas en el Cuerno de África, donde millones de personas se encuentran en riesgo, y ha pedido a la comunidad internacional " actuar ahora para evitar que las crisis se conviertan en una catástrofe. No se equivoquen, la acción será lo que marque la diferencia. Sin una inyección inmediata e importante de financiación, las operaciones de emergencia podrían pararse y la gente morirá.”
“Las personas del Cuerno de África están pagando un precio muy alto por la crisis climática y no hicieron nada para causarla. Les debemos nuestra solidaridad, nuestra asistencia y también, esperanza para su futuro”.
António Guterres, Secretario General de Naciones Unidas
Las organizaciones de varios de países están en la región del Cuerno de África, entre ellas está ACNUR, que está distribuyendo suministros esenciales, artículos para el hogar y refugios de emergencia a las personas refugiadas y desplazadas en Etiopía, Kenia y Somalia. El suministro de agua se está realizando con camiones cisterna, se cavan nuevos pozos y se renuevan los sistemas de agua y saneamiento existentes. Además, ACNUR está colaborando con las autoridades locales para fortalecer el monitoreo de las fronteras y facilitar el registro y el acceso a documentación, para que las personas recién llegadas puedan recibir la asistencia que requieren. Los datos demuestran la dura realidad; 1,75 millones de desplazados internos en Etiopía y Somalia, 180.000 refugiados han cruzado sus fronteras hacia las zonas afectadas por la sequia en Kenia y Etiopía, y 3,3 millones de personas afectadas por la sequía recibirán asistencia en 2023.
Foto: © ACNUR / Tiksa Negeri
El cambio climático, exacerbado por el calentamiento inducido por el hombre, el aumento de las temperaturas en el océano Índico y el fenómeno de El Niño, han desencadenado una sequía sin precedentes en la región. Esta falta de lluvias ha disminuido la disponibilidad de alimentos, desencadenando conflictos y empujando a la población hacia la desesperación. Los precios de los alimentos continúan aumentando, afectando especialmente a refugiados y desplazados, quienes ya son extremadamente vulnerables. Además de la inseguridad alimentaria, la región también enfrenta conflictos armados, incluida la lucha contra el grupo yihadista Al Shabab. A través de testimonios impactantes, exploraremos cómo los habitantes de la región enfrentan estos desafíos en su vida diaria.
Nuestro primer testimonio nos lleva al mercado de Melkadida, en Etiopía, donde encontramos a Judit, una mujer de 27 años. La pandemia del COVID-19 impactó de lleno en su vida, experimentó dificultades significativas cuando se vio obligada a permanecer en su hogar, sin poder trabajar y cuidando a sus tres hijos. Sabía que dos de ellos, en edad escolar, tenían asegurada una comida diaria: un poco de avena, agua y azúcar para los más pequeños y 150 gramos de maíz y 50 de alubias para los más grandes. Pero con la COVID-19 los colegios cerraron y con ellos, también los programas contra la malnutrición. “Fueron tiempos muy difíciles”, detalla, pero incluso ahora, no es capaz de conseguir dinero para comer todos los días. Se levanta a las cuatro de la mañana para trabajar. Primero hace comida para vender en el mercado. Después, coge su máquina de coser y continúa la jornada hasta la noche, su dieta es muy escasa, se limita a un poco de harina de maíz, pues es lo único que puede comprar. Calienta un poco de agua y hace una enorme bola de pasta. En ocasiones, consigue unas cuantas judías con las que hace una de salsa. Estos son los recursos que les permiten a ella y a sus hijos evitar acostarse con el estómago vacío durante la noche. El resto del día utiliza las sobras para preparar té.
Todos nuestros protagonistas tienen que enfrentarse a difíciles decisiones para mantener a sus familias con vida. Otro ejemplo es la historia de Samira, madre de dos hijos. “Lo único en lo que pienso es en cómo voy a alimentar a mis hijos. Anoche no comieron. Por la mañana les di unas gachas. Los niños lloran, pero no tengo nada más que darles”.
Hace once años, Samira se vio obligada a huir de su hogar en el sur de Somalia debido al conflicto con el grupo terrorista Al-Shabab. Ahora, se encuentra en la otra línea del frente, evitando que sus hijos pasen hambre.
En el pueblo de Baidoa hablamos con Shila, una mujer que lleva casi 10 años viviendo en la zona. Enseguida se percibe que está desesperada, hay frustración en sus palabras. Tiene un pequeño puesto de frutas y verduras con el que siempre había conseguido salir adelante. No le cuesta trabajar, comenta, lo hace más de doce horas seguidas, pero antes merecía la pena y, al menos, ganaba 24 euros al día. Pero ahora, en un día bueno no consigue más de seis euros. En muchas familias eso supone no tener ni para una comida al día.
A sus 26 años, Nalo tenía claro tras ver morir de hambre a uno de sus hijos que no soportaría perder a otro. "Desde que comenzó la sequía perdí a mi hija, a mi tío y a mi abuelo. Hui con mi familia tras sus dolorosas muertes, solo había hambre y sed, no había agua que beber". Nalo y su marido perdieron su ganado, que era su principal medio de vida, por lo que ahora viven de la ayuda que les dan "buenos samaritanos". "Todos los animales murieron por la falta de pastos y agua", se lamenta la joven, que junto a su familia tuvo que caminar durante dos días antes de llegar al campamento de desplazados. En su caso, no es la primera vez que se ha visto obligada a abandonar su casa, sino que también lo hizo en 2011, pero regresó cuando la situación mejoró. Ahora, Nalo considera que la situación es peor. "En 2011 teníamos algo de agua en el río, pero con la sequía actual, no hay agua y no hay nada que comer".
Otro duro testimonio es el de Fathi. Antes de tener que huir para salvar la vida de su familia, ella y su marido cultivaban frutas y verduras en su casa. Pero a medida que el país se vio afectado por sequías, inundaciones y ciclones, las cosechas empezaron a perderse. Y así, el precio de los alimentos comenzó a subir. Ahora, incluso las necesidades básicas están fuera del alcance de las familias desplazadas que lo han perdido todo. Fathi y su familia viven en un campamento de desplazados, en un refugio improvisado con ramas de árboles y trozos de ropa vieja, y no tienen forma de alimentar a sus hijos. El paquete de alimentos mensual que recibe del Programa Mundial de Alimentos como residente del campamento se ha reducido a la mitad debido a la falta de financiación. Sin una fuente estable de ingresos, no puede complementar su dieta con alimentos comprados en el mercado La persistente sequía y los ajustes en las raciones hacen que la tarea de garantizar que sus hijos no padezcan hambre se convierta en una lucha inclemente.
Fathi con sus hijos. Foto: © ACNUR / Nabil Narch.
Ali Said, de 31 años, también lo ha perdido todo. "La sequía es muy mala y algunas zonas están inaccesibles", explica tras llegar al campo de refugiados junto a sus ocho hijos después de que sus tierras se secaran y su ganado muriera. "Incluso en estas condiciones, no se puede conseguir ninguna ayuda porque está Al Shabab ahí". El grupo terrorista vinculado a Al Qaeda sigue estando presente en amplias zonas del país, aunque ya no en Mogadiscio, sigue llevando a cabo ataques con cierta frecuencia en la capital. Su presencia supone una amenaza para la seguridad, pese a los intentos por parte del Gobierno somalí y las tropas africanas de la AMISOM (Misión de la Unión Africana en Somalia) de acabar con ella.
Sandra Harlass, responsable sanitaria de ACNUR en Etiopía, donde viven ya más de 250.000 refugiados somalíes, incide en que casi tres cuartas partes de los niños menores de 5 años que llegan están desnutridos.
"La gente llega hambrienta y un número significativo de niños y madres están malnutridos. Es una situación muy frágil que requiere atención urgente para salvar vidas"
Sandra Harlass, responsable sanitaria de ACNUR en Etiopía
Estos son testimonios que reflejan la dura realidad. Más de 43 millones de personas necesitarán ayuda humanitaria en Etiopía, Kenia y Somalia en 2023; de entre ellas, 32 millones padecen inseguridad alimentaria aguda. La devastación provocada por la sequía de 2020-2023 persistirá durante años. Hay más de 2,7 millones de personas desplazadas en los tres países. Las recientes lluvias han brindado cierto alivio a muchas zonas, pero también acarrean nuevas amenazas, como más desplazamientos y un mayor riesgo de enfermedades, pérdida de ganado y daños a los cultivos. Además, se espera que haya más inundaciones a lo largo del año y por supuesto tienen que soportar la carga de sucesos meteorológicos extremos derivados de una crisis climática que ellos no han provocado.
Estos son tan solo varios ejemplos de los millones de testimonios que nos pueden ilustrar sobre cómo impacta la sequía, el hambre y los conflictos armados en la vida de unas personas que nacieron en un lugar donde sobrevivir se vuelve más difícil de lo normal, no hay resquicio para la esperanza de un futuro próspero y en paz, el cruel destino les golpea sin descanso una y otra vez. Solo hay un halo de luz, la solidaridad internacional.
Como última reflexión, cada uno de nosotros podemos poner unos pocos gramos de maíz en las mesas de Judit, Samira, Shila, Faduma y muchas otras más. Sé solidario, colabora y comparte este mensaje.
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