Canadá ha sido uno de los países más comprometidos con la acogida de los refugiados sirios. En el año 2015, su primer ministro, Justin Trudeau, anunció la puesta...
Canadá ha sido uno de los países más comprometidos con la acogida de los refugiados sirios. En el año 2015, su primer ministro, Justin Trudeau, anunció la puesta en marcha de un programa humanitario que contemplaba la llegada de 25.000 sirios que huían de la guerra desatada en su país desde el año 2011.
El total de esos cupos se completó con éxito en el primer trimestre de este año, lo cual supuso la oportunidad para que cientos de familias sirias empiecen una nueva vida en el país norteamericano y tengan garantías de seguridad y asistencia.
Kevork Eleyjian, sirio de 28 años, huyó de la guerra en su país en 2012, cuando un aluvión de cohetes y bombas devastó la zona de Alepo donde vivía con su familia. “No nos quedaba otra opción. La ciudad estaba rodeada y no teníamos comida”, recuerda.
Viajaron a Beirut con la idea de pasar luego a Europa, bien en barco o atravesando las fronteras, pero fue entonces cuando en su camino surgió una alternativa que lo cambió todo: el ofrecimiento de acogida del Gobierno de Canadá.
Sin embargo, en un primer momento solo él y sus dos hermanas pudieron acogerse al programa. Sus padres aún esperan en Beirut.
Mientras prepara todo para recibirlos, Kevork ha empezado a trabajar en una fábrica de planchas de madera en Montreal, un empleo que forma parte de las iniciativas patrocinadas por el Gobierno canadiense, el sector privado y varias organizaciones para facilitar el proceso de adaptación e integración de los refugiados sirios.
“Al principio hay que esforzarse un poco para llegar a ellos —afirma Afeyan, un libanés que llegó a Canadá en 1975 y que ahora es el jefe directo de Kevork—. Sin embargo, a largo plazo se convierten en empleados trabajadores y leales”.
©ACNUR/UNHCR Giovanni Capriotti. Kevork y sus hermanas fotografían el horizonte de Montreal.
Esta familia de ocho miembros poseía varios negocios prósperos en la ciudad de Al-Harra, al norte de Siria. Sin embargo, los constantes enfrentamientos entre los bandos en conflicto los obligaron a huir definitivamente en 2014.
A las dificultades añadidas de la huida se sumaba el hecho de que Hasam al-Kawarit, el padre de la familia, y cuatro de sus hijos eran sordos.
Cruzaron la frontera con el Líbano y su primer destino fue el valle de la Bekaa, donde estuvieron algunas semanas en un asentamiento para refugiados. Sin embargo, allí la situación no era buena y se mudaron a un apartamento en Saadnayel.
Transcurridos unos meses se inscribieron en el programa de refugiados asistidos que ACNUR lidera en esta zona. Semanas más tarde recibieron una llamada en la que les informaban de que habían sido seleccionados para su reasentamiento en otro país. Su nuevo destino ya tenía nombre: Canadá.
Llegaron a Calgary, una ciudad del suroeste del país, y de inmediato fueron atendidos por las organizaciones sociales que trabajan allí.
Entre otras cosas, les ayudaron a encontrar una casa de alquiler, les dieron una subvención para amueblar el nuevo hogar y hasta los asistieron a la hora de abrir cuentas bancarias y darse de alta en los servicios sanitarios.
“En Canadá estoy como en Siria —afirma Souad al Nouri, la madre—. Es como mi país. La gente es acogedora, tiene buen corazón. Somos muy felices aquí”.
Ahora la familia se enfrenta al reto de aprender inglés, para lo cual ya están asistiendo a clases semanales. Además, los más pequeños van a escuelas públicas: Nour, de 12 años, quiere ser maestra y Ahmad, de 14, médico.