Entendemos por conciencia social la capacidad que tenemos los seres humanos para percibir, reconocer y comprender los problemas y las necesidades que tienen las personas de nuestra comunidad, entidad, grupo...
Entendemos por conciencia social la capacidad que tenemos los seres humanos para percibir, reconocer y comprender los problemas y las necesidades que tienen las personas de nuestra comunidad, entidad, grupo social o tribu.
Ser consciente de ello no solo consiste en asumir las relaciones que entablamos y los roles que desempeñamos en los diversos espacios comunes. También implica analizar, reflexionar y tomar postura frente a los problemas conjuntos, teniendo en cuenta que lo que afecta a cualquier miembro de la estructura social tiene un impacto directo en los demás, tanto si es negativo como positivo.
Un cierto grado de conciencia social nos permite, por ejemplo, tener un conocimiento crítico del entorno en el que nos desenvolvemos. En nuestro caso, las guerras, las crisis migratorias, los desplazamientos forzosos y las dificultades de millones de refugiados en el mundo deben ser cuestiones de interés general.
Lograrlo no ha sido fácil, ni antes ni ahora. Los primeros gestos de conciencia social de los que se tiene noticia están determinados por conceptos como tribu, pueblo, imperio, nación, país y territorio.
Es decir, con contadas excepciones, solo desde hace relativamente poco tiempo hablamos de una conciencia social universal capaz de trascender los obstáculos ideológicos y territoriales de los pueblos. La aparición de los derechos civiles en el siglo XVIII es quizá el primer gran gesto de tal concepción.
Para el marxismo, la conciencia social hablaba de la necesidad de empoderamiento de la clase trabajadora y de su oposición a la burguesía. Otros la concebían como el hecho de vincularse a un colectivo, que podía ser un grupo social, una comunidad o un clan, desde el cual se concebía el mundo y se actuaba en consecuencia.
Durante el siglo XX, la conciencia social fue asumida como la actitud reivindicativa de las personas que se oponían a situaciones de desigualdad, pobreza, marginación, exclusión o injusticia, entre otras.
Esta concepción, heredera en cierta forma del marxismo, tiene aún un gran respaldo en las sociedades contemporáneas. Los movimientos sociales y las alternativas contra los privilegios y el orden establecido son sus principales expresiones.
Gracias a su acción permanente, las sociedades actuales han conseguido logros en materia de derechos y libertades.
Sin embargo, en lo que llevamos de siglo XXI ha empezado a abrirse campo una nueva forma de entender la conciencia social. Nos referimos a que las sociedades actuales no tienen que estar necesariamente divididas o estratificadas para reconocer los problemas y las necesidades de los demás.
En ese sentido, un ciudadano de un país desarrollado no tiene por qué ser indiferente a los problemas que aquejan a sociedades en vías de desarrollo, pues la conciencia social no es exclusiva de los entornos marcados por la injusticia y la exclusión. Es, ante todo, una visión universal de lo que somos.
Antes que niveles, estratos o diferencias, a la concepción de conciencia social actual le interesa la protección de los derechos fundamentales e inherentes a la condición humana y la promoción de valores como la solidaridad y el altruismo.