Le conocen como “Raphael Plastic” o el “Hombre de Plástico”. Raphael Basemi es un refugiado congoleño que ha conseguido crear un negocio de reciclaje en el campamento keniano de Kakuma, donde da trabajo a personas refugiadas y a miembros de la comunidad de acogida. Esta es su historia.
En 2009, Raphael llegó con tan solo una bolsa con algo de ropa y sus certificados de estudio al campo de refugiados de Kakuma, en Kenia. Pasó los primeros 6 años trabajando como profesor. En 2013 fundó FRADI (Fraternidad para el Desarrollo Integrado), una empresa social de base comunitaria que promueve la protección del medio ambiente y los medios de subsistencia para las personas refugiadas y la comunidad de acogida.
Raphael Basemi. Foto: © ACNUR/Pauline Omagwa.
Mientras que estudiaba Administración de Empresas en la capital, Nairobi, tuvo la idea de un proyecto de reciclaje que le permitiera, por un lado, generar ingresos para poder mantener a su familia y por otro, proteger el medio ambiente. En 2020 cuando estalló la pandemia del COVID, volvió al campo y empezó un proyecto piloto. Comenzó a investigar a en profundidad las políticas de gestión de residuos y cómo afectan a la población refugiada.
Raphael asegura que cuando se le ocurrió el proyecto de reciclaje les contó a sus vecinos su plan y aunque algunos aceptaron su idea y le apoyaron, otros no entendían por qué quería recoger basura y amontonarla en su comunidad. Pero a pesar de las reticencias le ayudaron de buena gana. Tanto fue así que una vez que los líderes de la comunidad local apoyaron la iniciativa, inició una convocatoria de voluntariado y recibió más de 2.000 solicitudes.
A principios de 2020, cuando lanzó el proyecto, fue un periodo difícil porque no tenían dinero para pagar a quienes recolectaban los residuos. Algunos renunciaron, pero él siguió adelante. Cuando más lo necesitaba, llegó el apoyo por parte del gobierno del condado y del Departamento de Servicio a Refugiados de Kenia que le ofrecieron la posibilidad de dirigir tres centros de recolección de plástico en el campo de Kakuma y uno en el asentamiento de Kalobeyei.
Theophile Bwenge, miembro de FRADI (Fraternidad para el Desarrollo Integrado). Foto: © ACNUR/Charity Nzomo.
“Cuando miro este plástico, veo un material precioso, una oportunidad de empleo para mi comunidad, una fuente de riqueza y la posibilidad de mantener a mi familia".
Raphael Basemi.
ACNUR y otros socios, ayudaron a Raphael a abrir una tienda en el Centro de Incubación de Kakuma, una iniciativa de desarrollo económico financiada por ACNUR que apoya la creación de empresas. En la tienda vende artículos fabricados con el plástico que recicla previamente, como clavijas, botones, reglas, platos y tazas.
En noviembre de 2021 el Gobierno de Kenia firmó la Ley de Refugiados, que incluía nuevas e importantes políticas de inclusión e integración económica de los refugiados. Fue a partir de ahí cuando Raphael pudo ponerse en contacto con empresas más grandes que ahora le recogen el plástico para reciclarlo.
En los últimos tres años, Raphael ha creado más de 500 puestos de trabajo para las personas refugiadas y la comunidad local, permitiéndoles obtener ingresos y mantener a sus familias. También ha ampliado sus operaciones a la gestión de otros residuos como vidrio, metal, huesos y otros residuos orgánicos.
Bush Francois, miembro de FRADI (Fraternidad para el Desarrollo Integrado). Foto: © ACNUR/Charity Nzomo.
“Cuando veo a los voluntarios traer el plástico que han recogido, veo una comunidad que se une por una causa mayor”.
Raphael Basemi
Raphael no solo quería poder mantener a su familia, sino también apoyar a otras personas refugiadas y a las comunidades locales aprovechando los residuos existentes y convertirlos en algo rentable y reutilizable. Este congoleño es plenamente consciente de la importancia de cuidar el medio ambiente. Su motivación viene de imaginar las consecuencias para nuestro entorno si no existiera el reciclaje de plásticos: “No puedo sentarme a imaginar un mundo así”.
ACNUR además de apoyar los proyectos de emprendimiento de personas refugiadas como el de Raphael, se esfuerza por reducir el impacto ambiental de su propia labor. Esto incluye acciones como reducir el uso de plásticos vírgenes en la producción y embalaje de lo que distribuye o tener mantas y otros artículos fabricados con plástico 100 % reciclado.
Historias como las de Raphael ponen de manifiesto la importancia de apoyar a las personas refugiadas y darles oportunidad de rehacer sus vidas aportando mucho a la comunidad a la que viven y siendo un ejemplo a seguir.
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