María llegó a Panamá en 2015 desde Honduras junto a toda su familia. Esta solicitante de asilo comenzó entonces un emprendimiento de venta de comida casera al estilo hondureño,...
María llegó a Panamá en 2015 desde Honduras junto a toda su familia. Esta solicitante de asilo comenzó entonces un emprendimiento de venta de comida casera al estilo hondureño, pero las medidas sanitarias para frenar la pandemia de COVID-19 han impedido que siga trabajando. Se quedó sin ingresos y se vio en una situación dramática. Entonces envió un mensaje de WhatsApp al servicio de acompañamiento emocional de ACNUR, una medida impulsada para dar apoyo a las personas más vulnerables en estos tiempos de pandemia.
“La visión del servicio es, a primera vista, brindar apoyo en este momento difícil, pero el mensaje de fondo es que todas las personas, incluyendo los refugiados, tienen la capacidad y habilidades para responder creativamente a las adversidades”, dice Roberto, que es el coach emocional de María y la ayuda cada día a salir adelante.
El coach Roberto Méndez trabajando desde su casa en la Ciudad de Panamá.
Panamá contabiliza más de 350 muertes por COVID-19 y se enfrenta a una profunda crisis de empleo desde el inicio de la pandemia. “Yo me siento libre cuando hablo de mi situación, cuando me desahogo. Por un momento siento que todo está bien y que las cosas van a mejorar”, dice María, quien por la extorsión de las pandillas de Hondura tuvo que migrar a Panamá con sus tres hijos.
En Panamá hay más de 16.000 refugiados y solicitantes de asilo, quienes durante la actual pandemia se han enfrentado a situaciones muy duras y a las que ACNUR tuvo que hacer frente doblegando esfuerzos. De manera tal que, entre otras medidas, se proporcionó asesoría legal a 742 personas y asistencia de diferente tipo para hacer frente al COVID-19. Unos 2.603 refugiados y solicitantes de asilo recibieron subvenciones y más de 2.000 tuvieron asistencia en efectivo de socios Cruz Roja Panameña y Consejo Noruego para Refugiados para alimentos, medicinas y alquiler. La Cruz Roja Panameña también ha distribuido más de 300 kits de prevención (mascarillas, guantes y gel hidroalcohólico) y kits de higiene (pastillas de jabón) para familias de refugiados, materiales que llegaron a 900 personas.
De las más de 16.000 personas refugiadas y solicitantes de asilo que se registraron en Panamá hacia finales de 2019, cerca de 3.000 son niños, niñas y adolescentes. Y uno de los grandes problemas de los refugiados y solicitantes de asilo que son jóvenes es la imposibilidad de seguir estudiando. Para evitar esto, ACNUR ha donado tablets a 750 niñas, niños y adolescentes en Panamá, tanto a aquellos que se encuentran en esta situación, así como también a los panameños en situación de vulnerabilidad.
Las escuelas panameñas están dando clases de manera virtual desde marzo de 2020, una medida llevada a cabo para prevenir el contagio de COVID-19 en los centros escolares. De esta manera, se ha conseguido paliar la situación de deserción escolar a través de la facilitación de recursos para que la educación continúe siendo un vehículo imprescindible en la integración y el empoderamiento de muchos jóvenes en su país de acogida.
La imposibilidad de movimientos ha generado que mucha gente no pueda trabajar. Por eso, ACNUR estableció un programa de asistencia humanitaria con la entidad financiera Banesco, a través del cual se entregarán 800 tarjetas prepago a refugiados y solicitantes de asilo. Con esta tarjeta, estas personas podrán acceder a productos básicos y sin necesidad de que intermedie el dinero en efectivo. De esta manera, un mayor número de familias reciben apoyo y se evitan riesgos de contagio, pudiendo usar las tarjetas en supermercados y farmacias de Panamá.
ACNUR tiene una oficina en Panamá desde el año 2004 y desde entonces trabaja en coordinación directa con diferentes instituciones estatales y de la sociedad civil para brindar asistencia y protección a personas refugiadas y solicitantes de asilo.
Panamá es uno de los países de Centroamérica que recibe a buena parte de los hombres y mujeres que huyen del triángulo del norte que conforman Honduras, Guatemala y El Salvador. La causa principal es el incremento de la violencia perpetrada por grupos criminales y bandas organizadas que reclutan, principalmente, a jóvenes. Se trata de maras y pandillas callejeras que siembran el terror y que obligan a alistarse a miles de niños a los que no les queda otra que huir del país para sobrevivir.
Una violencia en Centroamérica que ha llegado también hasta las aulas. “Algunos maestros han tenido que mudarse a otros lugares, a otras escuelas. Han sido desplazados por la violencia”, comenta Ernesto, maestro hondureño y testigo de la propagación del vacío en su escuela tras el exilio de muchas maestras y maestros a quienes no le quedó más remedio que huir para escapar de las amenazas de muerte reiteradas. Y ante la evidencia de que, desde 2019, han sido asesinados 90 docentes en ese país.
En muchos casos, la huida hacia Estados Unidos, México o Panamá, se realiza por rutas peligrosas y muy poco seguras, lo que hace que la emergencia aumente, ya que muchas familias pasan de una amenaza a otra: de la coerción de las bandas criminales al riesgo de coger un camino inhóspito durante el exilio. Y muchas personas quedan a merced de otras bandas contrabandistas que se encargan de pasar personas a través de las fronteras y aprovecharse de su situación para conseguir un rédito económico.