En agosto de 2017, más de medio millón de rohingyas se vieron obligados a huir de Myanmar debido a un nuevo estallido de violencia. Más de 740.000 personas, la...
En agosto de 2017, más de medio millón de rohingyas se vieron obligados a huir de Myanmar debido a un nuevo estallido de violencia. Más de 740.000 personas, la mayoría mujeres y niños, buscaron refugio en la vecina Bangladesh para salvar sus vidas. Dos años después, los afectados por la emergencia rohingya continúan a la espera de que la situación mejore.
Los rohingya tienen la condición de apátridas, es decir, no tienen nacionalidad. Esto se debe a que el estado de Myanmar no los reconoce como sus ciudadanos, lo que acarrea diversos problemas a esta minoría étnica: no pueden acceder a la educación, a la sanidad y no tienen documento de identidad, entre otros.
Actualmente, hay 913.080 refugiados rohingya en Bangladesh. El 81% de ellos llegó a partir de agosto de 2017; el otro 19% residía ya allí, desplazado por los conflictos de las décadas anteriores. Durante 2018, ACNUR y sus organizaciones socias consiguieron, entre otros logros:
A pesar de las dificultades que ha pasado el pueblo rohingya desde hace más de 40 años, los residentes en los campos de refugiados han encontrado maneras de mantener el optimismo y la esperanza. Te contamos 3 historias positivas de refugiados rohingya.
Abdullah es un joven refugiado de 18 años que se ha convertido en el reportero del campo de Kutupalong, en Bangladesh. Abdullah se traslada por la comunidad y entrevista a otros refugiados sobre los problemas que les afectan, como de salud, educación o de hospedaje.
Estas grabaciones se transforman en programas de radio semanales que el propio Abdullah reproduce en “clubes de oyentes”, ya que el campamento no tiene recepción de radio y esta es la única manera de que los refugiados puedan escuchar el programa. “He aprendido muchas cosas en la estación de radio y estoy compartiendo mucha información importante con mi comunidad”, cuenta Abdullah. “Mis padres están orgullosos del trabajo que estoy haciendo.”
Entre los numerosos programas que hay disponibles en Kutupalong, actualmente se encuentra un proyecto de agricultura que comenzó en 2018 con 100 agricultores y, desde entonces, no ha parado de crecer.
El proyecto es una promesa de alimento para los refugiados participantes y también para sus vecinos: la cosecha es tan abundante que, algunas familias como la de Sahera, las comparten o las venden. “No solo tenemos vegetales para nosotros, sino que a menudo compartimos con nuestros vecinos”, dice. “Si nos sobran verduras, las vendemos a tiendas cercanas.”
Un grupo de refugiados rohingya de entre 12 y 17 años encabeza un innovador proyecto de salud mental cuyo objetivo es ayudarles a hablar de sus preocupaciones, la tristeza o la frustración. Los propios niños y niñas son los moderadores y se encargan de guiar al resto de participantes por los puntos clave del programa, haciéndoles ver que pedir ayuda cuando no se encuentran bien mentalmente no es motivo de vergüenza.
“Aquí los hombres y los niños están acostumbrados a esconder sus sentimientos”, explica Abdul, un joven de 16 años, moderador de uno de los grupos. “Pedir ayuda se consideraba una especie de debilidad. Pero ahora ya no lo dudamos.”
Otra de las moderadoras, Myshara, de 13 años, explica que participar en estos grupos ha mejorado su autoestima. “Me produce enorme felicidad poder ayudar a los demás”, dice. “Era algo nuevo para nosotros y teníamos algo de miedo, pero ahora estamos felices y extendemos las mismas enseñanzas en el campamento. Todo esto nos ayuda a superar nuestras propias experiencias oscuras”, asegura.
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