La población refugiada sabe mejor que nadie lo que es perderlo todo y tener que empezar de cero una nueva vida, es decir, lo que es afrontar una crisis...
La población refugiada sabe mejor que nadie lo que es perderlo todo y tener que empezar de cero una nueva vida, es decir, lo que es afrontar una crisis de grandes magnitudes. Y sabe también que, en esos momentos cruciales, los lazos de solidaridad y la ayuda entre los seres humanos resulta fundamental. Por eso, ante la pandemia desatada por el COVID-19, en diferentes partes del mundo se han activado redes de solidaridad de refugiados contra el coronavirus.
En estas siete historias se recoge una muestra importante de cómo los refugiados se han puesto manos a la obra para ayudar a quienes más lo necesitan y hacer su aporte en la pronta detención de esta pandemia.
“Creo que la solidaridad es una responsabilidad humana. Como refugiado, entiendo mejor el significado de esta crisis”, dice Shadi Shhadeh, quien desde Suiza ha formado una red de voluntarios para ayudar, hacer la compra y asistir a la población más vulnerable durante la pandemia. Esta red cuenta, de momento, con 26 integrantes, cuya mayoría son refugiados sirios.
Hasta el momento, este grupo que ha formado Shadi ha ayudado a alrededor de 200 personas que viven en Ginebra y Lausana, cuya gran mayoría se trata de enfermos, adultos mayores o población que se encuentra en un riesgo alto de contraer el COVID-19.
Suadu Zein Beljeir, Umajutha Jatri Sidahmed y Maglaha Jatri Aduh son tres chicas refugiadas procedentes de Sahara Occidental y que actualmente viven en Cuba, donde estudian medicina gracias a una beca. Ahora, en plena pandemia, decidieron formar parte junto a muchos otros estudiantes de medicina de una campaña del gobierno cubano para frenar la expansión del coronavirus en la isla.
“Es una manera de dar las gracias a la gente de la ciudad y al país que nos han dado la oportunidad de estudiar para ser médicas”, dice Umajutha, quien junto a sus dos amigos y otros estudiantes recorre casa por casa en La Habana para comprobar el estado de salud de sus habitantes y ofrecer consejos sobre aislamiento social e higiene.
“Todos necesitan jabón. Decidí reducir el precio para que todos pudieran pagarlo”. Esta pequeña muestra de solidaridad de Innocent Havyarimana, un refugiado de Burundi, significa un gran aporte dentro del campo de refugiados de Kakuma en Kenia. Innocent pudo iniciar su pequeño emprendimiento gracias a un préstamo de ACNUR, que llegó tras haber huido del conflicto armado en su país en 2013.
Gracias a esta actividad, este refugiado pudo seguir adelante con su vida y ante la situación de pandemia y la necesidad vital que tienen los 200.000 de refugiados que viven en la región de acceder al jabón, Innocent decidió retribuir con este gesto solidario. Además de fabricar y distribuir jabón, hace lo mismo con desinfectante para manos que hace con plantas de aloe vera que tiene plantadas tanto en su taller como fuera de su casa.
ACNUR y Forge Arts, una organización sin fines de lucro de Níger, establecieron nexos para montar en 2019 una cooperativa en un centro de tránsito de emergencia (ETM) en Hamdallaye, a 100 kilómetros de Niamey, la capital del país.
El objetivo primordial era garantizar un ingreso para los refugiados procedentes de Libia. Y ante la situación de pandemia por el coronavirus, la cooperativa se ha convertido en una mini-fábrica de productos esenciales para prevenir a la población y evitar la propagación del COVID-19: cloro, jabones, recipientes de agua y lavamanos líquidos. Todos estos productos se distribuyen de manera gratuita entre la población refugiada.
Al tener que abandonar sus respectivos países por diferentes motivos, muchas personas refugiadas tuvieron que dejar atrás su profesión. La crisis sanitaria a causa del COVID-19 les ha dado una segunda oportunidad a quienes trabajaban de médicos y de médicas para volver a ejercer la medicina y sumar esfuerzos para detener esta pandemia.
Tal es el caso de Luhab al-Quraishi, una refugiada iraquí que vive en Nueva York y que se ofreció como voluntaria para administrar pruebas en los inicios del brote. Ahora ha recibido una licencia temporal para trabajar como médica en Nueva Jersey durante seis meses y que se podría extender en caso de que la emergencia continúe.
Otros países como Argentina, Perú y Chile han tomado medidas similares y se están abriendo a la posibilidad de que los enfermeros, médicos y otro tipo de personal sanitario entre la población refugiada puedan aportar con su trabajo a frenar el avance del virus.
En el campo de refugiados de Dadaab, el más antiguo de Kenia, una radio ha hecho posible que los niños y niñas no interrumpan sus estudios por la pandemia. Como las escuelas de todo el país han tenido que cerrar como medida preventiva ante el COVID-19 y el acceso a internet es limitado dentro del campo, los docentes han decidido dar clases a través de la radio local.
De esta manera, lo que se busca es llegar a la mayor cantidad posible de alumnos, algo que ambas partes representan: del cuerpo docente que se tiene que adaptar a la situación de explicar conceptos a través de la radio y de los niños y niñas que la escuchan y tratan de aprenderlos.