La crisis energética y el cambio climático nos obligan a tomar cada vez más conciencia de un concepto clave para cuidar el planeta y, de esta manera,...
La crisis energética y el cambio climático nos obligan a tomar cada vez más conciencia de un concepto clave para cuidar el planeta y, de esta manera, cuidarnos a nosotros mismos: la sostenibilidad. Es decir, la capacidad de vivir y desarrollarnos en un ecosistema que nos asegure cubrir nuestras necesidades del presente, pero sin comprometer las necesidades de futuras generaciones.
En este sentido, los campos de refugiados buscan ser un ejemplo. Muchas personas se han convertido en refugiadas por causas climáticas, de manera que se trata de personas con una sensibilidad especial al respecto. A continuación, algunos ejemplos de desarrollos de proyectos de sostenibilidad en campos de refugiados.
“Este lugar era como un desierto. No había árboles. Teníamos que aguantar temperaturas altísimas durante el día, lo cual también daña la piel”, recuerda Mohammed Ali, un refugiado rohingya que se encarga de mantener y cuidar las plantas que ayudan a que Cox`s Bazar, el campo de refugiados más grande del mundo, esté bien provisto de espacios verdes. Sus tareas consisten en cuidar los semilleros, regar y replantar los árboles caídos en derrumbes, todo lo necesario para proteger el bosque dentro de este rincón al sur de Bangladesh y en un campo que continúa creciendo pese a estar densamente poblado.
La zona fue desforestada, justamente, para atender a la demanda de más población. El gobierno bengalí destinó un área de 2.500 hectáreas de bosque protegido para expandir el asentamiento. Esto se sumó a que muchas personas, al no tener otras alternativas de combustible, cortaron muchos árboles para hacer leña y calentarse en invierno. Por eso en 2018, ACNUR y sus socios locales iniciaron un plan para restaurar el ecosistema forestal que implicó la plantación de especies endémicas de árboles y la capacitación de más de 3.000 personas entre bengalíes y refugiados rohingyas para hacerse cargo de las tareas. En tres años, se recuperaron más de 600 hectáreas de bosque, lo que ha generado el regreso de insectos, polinizadores y otras formas de vida silvestre autóctona.
Otro proyecto de sostenibilidad destacado es el denominado “Gran muro verde” en el norte de Camerún. Allí, las comunidades de acogida junto a las personas refugiadas han iniciado una campaña de plantación de semillas germinadas con el fin de mejorar las condiciones del campamento de refugiados de Minawao, que acoge a 70.000 personas refugiadas de Nigeria que han huido de la violencia de Boko Haram.
Se trata de una región muy árida y que se ha visto muy afectada por el cambio climático. Ante la creciente desertificación en la zona, se buscó una solución en 2018 a través de un proyecto de ACNUR y la Federación Luterana Mundial (FLM), con la idea de crear una barrera de 8.000 kilómetros en todo el continente.
“Los árboles nos aportan mucho. Primero, proporcionan la sombra necesaria para cultivar alimentos. Luego, las hojas y ramas muertas pueden convertirse en abono para el cultivo. Por último, el bosque atrae y retiene el agua”, dice Lydia Yacoubou, una refugiada nigeriana que participa en este proyecto como plantadora de semillas.
Existen otros proyectos en marcha de sostenibilidad en campos de refugiados que merecen la pena mencionar y que tienen que ver con el aprovechamiento de la energía solar. Se trata de una de las prioridades de ACNUR al momento de gestionar programas y actividades de innovación para minimizar el impacto medioambiental y mejorar las condiciones de vida de millones de personas que viven en estos campos.
Fundación IKEA, a través de la mediación de ACNUR, instaló 1.354 farolas solares en cinco campos de refugiados en Etiopía, en la zona Melkadida, con la idea de que las personas puedan disfrutar de más horas de luz y de un modo sostenible, además de asegurarles a las mujeres y a los niños la protección que brinda moverse en entornos bien iluminados, disminuyendo el riesgo de abusos y agresiones. Además, se garantiza una provisión de energía ininterrumpida.
En noviembre de 2017 se inauguró en Zataari, Jordania, la planta solar más grande jamás construida en un campo de refugiados, lo que significó que más de 80 mil refugiados sirios tuvieran acceso a energía limpia y un ahorro anual de emisiones de carbono equivalente a 30 mil barriles de petróleo. Se trata de una planta con 40 mil paneles solares que proporcionan electricidad durante más de 12 horas. La energía solar ha mejorado la vida cotidiana de todas estas personas en muchos aspectos: conservación de la comida, realización más efectiva de las tareas diarias y ha dado trabajo a muchas personas encargadas de las tareas de mantenimiento de la planta.