La historia de todos los refugiados solo tiene en común la huida. Muchos son los que nunca regresan a su hogar, bien porque se asientan en su país...
La historia de todos los refugiados solo tiene en común la huida. Muchos son los que nunca regresan a su hogar, bien porque se asientan en su país de acogida o porque siguen desplazándose en busca de un lugar donde comenzar de nuevo. Otros muchos sí deciden regresar cuando consideran que las condiciones han mejorado y sus vidas ya no corren peligro. Pasan a ser entonces refugiados retornados.
Se tiende a considerar que el ciclo está entonces cerrado, pero las realidades a las que se enfrentan los retornados son muy distintas entre sí. Algunos de ellos tienen que afrontar condiciones tan duras como las que les hicieron huir y no todos logran volver a sentirse en casa por diversos factores. En 2017, 5 millones de refugiados y desplazados internos regresaron a sus zonas de origen.
Estas son tres historias de refugiados retornados que luchan por reintegrarse en sus hogares:
Entre abril y agosto de 2018 un conflicto intercomunal entre los grupos étnicos gedeo y oromo desplazó a más de un millón de personas en el sur-oeste de Etiopía. El pueblo de Chaikata acabó envuelto en llamas y la población tuvo que huir de sus hogares. “No dijeron ni una palabra, prendieron fuego a nuestros hogares, mataron a nuestros animales y tomaron nuestras pertenencias”, recuerda Mohamed, miembro de la comunidad ororo local. Edede, de la etnia gedeo, también se vio obligada a abandonar el pueblo por la violencia arbitraria contra los civiles. “Esa noche solo sentí miedo”, recuerda con su hija de dos años en brazos. “Pensé: ‘primero queman mi casa y luego matan a mi familia’”.
Desde que la violencia comenzó a remitir este verano, el Gobierno estima que 200.000 personas han retornado a sus lugares de origen. En Chaikata las comunidades gedeo y oromo han dejado atrás el odio y han comenzado a reconstruir su pueblo hombro con hombro. “Los oromo y los gedeos siempre hemos vivido juntos y en paz aquí. Hablamos los dos idiomas, nos casamos entre nosotros, nunca hemos conocido la violencia”, explica Edede. “Reconstruiremos nuestras vidas y hogares juntos. No podríamos hacerlo solos”.
La ciudad de Tchomia, a orillas del lago Alberto en el nordeste de la República Democrática del Congo, estaba completamente desierta a comienzo del pasado verano. Su población huyó a comienzos de año, cuando la violencia de diversos grupos armados arbitraria se cebó con la población civil de la provincia de Ituri. Los refugiados han ido regresando desde junio, pero muchos no se atreven a regresar a sus hogares dado que la violencia sigue presente.
El personal de ACNUR logró acceder por primera vez en junio y recogió diversos testimonios de los retornados. “Yo me dedicaba a recoger leña, hacer carbón con ella y venderlo”, dice Pascaline, de 59 años, que huyó del pueblo de Dese, en la provincia de Ituri, con sus cuatro nietos en febrero. “Pero ahora tendría demasiado miedo para trabajar en el campo… Están despedazando a la gente”. Mientras, sobrevive en Tchomia, donde podría tener que estar un largo tiempo hasta que su antigua forma de vida vuelva a ser segura.
Entre 2015 y 2016, 300.000 personas huyeron de la ciudad de Gwoza a causa de la violencia de Boko Haram. Las fuerzas del Gobierno nigeriano la retomaron en marzo de 2016 y comenzaron a fomentar el regreso de la población civil desplazada.
Muchas de las mujeres que regresaron, apenas se atreven a abandonar sus casas, otras ni siquiera se atreven a regresar tras haber vivido experiencias terribles como largos secuestros y matrimonios forzados durante la ocupación. “Todavía no podemos cultivar nuestras tierras, los alrededores de Gwoza no son seguros”, declara una de las retornadas. Ante la imposibilidad de regresar a sus antiguas formas de vida, muchos de los refugiados retornados necesitan ayuda humanitaria para poder sobrevivir o regresar a su hogar.
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