Tiempo estimado de lectura: 3 minutos.
El Imperio Otomano dominó durante más de cuatro siglos el Mediterráneo Oriental y fue conocido en su época como el Estado Eterno. Sin embargo, como todos los imperios antes que este, el mega-estado que había creado y dirigido la dinastía otomana terminó por caer en el siglo XX, dando lugar a una miríada de países que hoy se reparten por el que fue su territorio.
Los orígenes del Imperio Otomano
A pesar de que la actual Turquía era sin duda el corazón del Imperio, es erróneo emplear otomano como sinónimo de turco. El término otomano hace referencia a la dinastía que gobernó el Estado durante toda su historia y cuyo fundador era el líder de un pequeño principado turco en la Edad Media conocido como Osmán u Ottman.
El pequeño principado otomano fue creciendo en la Península de Anatolia a costa de un Imperio Bizantino en continuo retroceso y de una hábil política de conquista y alianza con el resto de estados turcos de la región. A comienzos del siglo XV, los otomanos controlaban un vasto territorio a los dos lados del Mar de Mármara y la caída de Constantinopla era solo cuestión de tiempo.
La toma de Constantinopla y la fundación del Imperio Otomano
La que había sido la gran metrópolis europea y capital del Imperio Bizantino durante siglos, cayó finalmente en manos turcas en 1453 generando una gran conmoción en toda Europa. Comenzaba una nueva era para el continente, hasta el punto de que muchos historiadores consideran esta fecha como el inicio de la Edad Moderna.
La capital otomana se fijó en Constantinopla, que fue renombrada como Estambul, y los sultanes otomanos fueron reconocidos internacionalmente y consolidaron definitivamente su poder.
El Imperio Otomano se expande por Europa y el Mediterráneo
El más reconocido de estos primeros sultanes fue Solimán el Magnífico, que gobernó entre 1520 y 1566. Solimán llevó las fronteras del Imperio Otomano hasta las puertas de Viena, a la que puso sitio en 1529, marcando el apogeo de la invasión otomana de Europa central.
En esta época, el Imperio Otomano se consideró a sí mismo como “refugio de todas las personas en todo el mundo». Este apelativo mostraba la composición necesariamente multicultural y multirreligiosa de un imperio donde los turcos eran una minoría de sus habitantes y en el que, aunque el Islam era la religión oficial, se toleraban otros cultos como el cristianismo y el judaísmo.
A pesar de que el Imperio Otomano siguió expandiéndose tras la muerte de Solimán, la hegemonía otomana en el Mediterráneo terminó con la batalla de Lepanto, en la que se impusieron las naves de la Liga Santa conformada por España y varios estados italianos.
La decadencia y la caída del Imperio Otomano
La decadencia del Imperio Otomana fue lenta y el Imperio resistió mucho más de lo esperado, hasta el punto de ser conocido como el “hombre enfermo de Europa” durante el siglo XIX.
Incapaz de contener el auge de los nacionalismo periféricos, el Imperio Otomano se fue desgajando, particularmente en Europa. Su posición geográfica central en el tablero del “Gran Juego” de la dominación de Asia que disputaban los nuevos imperios, el Británico y el Ruso, le hizo ser un actor clave en las alianzas y asegurar su supervivencia.
Sin embargo, ahogado por las crisis políticas internas, un ineficiente y atrasado aparato militar y una economía que no había sido capaz de industrializarse, el Imperio Otomano sucumbió tras la I Guerra Mundial. Su territorio fue dividido entre las potencias vencedoras y el primer presidente de la actual República de Turquía, Mustafa Kemal, abolió el sultanato en 1922.