68 %
cursa educación primaria.
34 %
accede a educación secundaria.
5 %
se matricula en estudios superiores.
En todos los niveles, la matriculación escolar de personas refugiadas es menor en comparación con la de las personas no refugiadas. Además, a medida que crecen el panorama empeora, y quienes cursan educación secundaria corren el mayor riesgo de quedar atrás. Es una de las conclusiones del informe sobre Educación de ACNUR para el año 2021: “Manteniendo el rumbo: los desafíos que enfrenta la educación de las personas refugiadas”. En el caso de que no haya un aumento importante de personas que accedan a la enseñanza secundaria, será difícil alcanzar el objetivo 15/30 fijado por ACNUR y sus socios: lograr que el 15 % de las personas refugiadas estén matriculadas en educación superior para 2030.
La matriculación de personas refugiadas en educación superior alcanzó el 5 %, dos puntos porcentuales más que el año anterior. Se trata de un cambio de enorme trascendencia para miles de personas refugiadas y sus comunidades. Este incremento llena de esperanza y motivación a la juventud refugiada que debe superar una gran cantidad de obstáculos y desafíos para tener acceso a la educación superior.
Joyline Mhlanganiso es profesora de Ciencias en la escuela secundaria St. Michaels Tongogara, en Zimbabue, donde empezó a impartir clases inmediatamente después de recibir su formación en 2012. Trabaja allí desde entonces. En 2019, consiguió el título en Bioquímica.
“Cuanto más débil sea el contexto, más sólidos deben ser los sistemas educativos”.
Stefania Giannini, subdirectora general de educación de la UNESCO.
Promueve el crecimiento y el desarrollo intelectual de la niñez y la adolescencia refugiada.
Aumenta las oportunidades laborales y mejora la situación financiera.
Fortalece la salud, la independencia y el liderazgo en jóvenes en situación de vulnerabilidad.
Disminuye el riesgo de explotación y trabajo infantil.
Es un puente que permite acceder a la educación superior.
La interrupción de las clases debido a la pandemia ha afectado a toda la niñez. Sin embargo, para la juventud refugiada, que ya se enfrenta a grandes obstáculos para obtener un lugar en las aulas, la pandemia podría frustrar toda esperanza de recibir la educación que necesita.
La UNESCO calcula que desde el inicio de la pandemia más de 1.500 millones de estudiantes se han visto afectados por el cierre de escuelas y universidades.
Nueve de cada diez escuelas en el mundo han cerrado en algún momento y durante diversos períodos desde que los países comenzaron a imponer medidas de confinamiento.
Las estimaciones de las oficinas de ACNUR en 37 países indican que la población estudiantil refugiada perdió un promedio de 142 días escolares hasta marzo de 2021 debido a los cierres de las escuelas, universidades y demás instituciones, lo que representa un déficit inmenso por recuperar.
Año tras año, la probabilidad de que la juventud que vive en regiones afectadas por crisis, incluidas las personas refugiadas y desplazadas internas, avance al siguiente nivel académico disminuye considerablemente. Ya antes de la COVID, estos jóvenes tenían alrededor de un 30 % menos de probabilidades de finalizar la escuela primaria, y la mitad de probabilidades de finalizar la secundaria.
“Enfrentar este desafío requiere un esfuerzo titánico y coordinado; se trata de una tarea que no podemos eludir”.
Filippo Grandi, Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados.
1.500 millones
de estudiantes se han visto afectados por los cierres durante la pandemia.
9 de cada 10
escuelas han cerrado en algún momento de la emergencia sanitaria.
142 días
escolares perdidos por los cierres de escuelas hasta marzo de 2021.
No todas las personas han podido acceder al aprendizaje digital. Para ello, se necesita conexión a internet, un dispositivo adecuado y un espacio tranquilo para escuchar y aprender. Para miles de estudiantes refugiados que viven en regiones sin conexión, que no tienen acceso a dispositivos digitales y que viven en condiciones de hacinamiento, estos recursos resultan poco realistas.
La brecha digital ha sido uno de los principales factores de exclusión de la educación para quienes no tienen acceso a internet. Crear resiliencia ante golpes como la pandemia implica diseñar inversiones que garanticen que toda la juventud refugiada sea incluida en el mundo digital y pueda beneficiarse de la expansión de dichas iniciativas.
Precisamente, para evitar la brecha digital, Ibrahim (en la foto), profesor de química y refugiado sirio en Irak, abrió un canal de YouTube durante el confinamiento para continuar enseñando a sus alumnos. “Profesor Ibrahim Yousef”, así se llama el canal donde publicaba todo el material relacionado con la química de secundaria. Así, muchos de sus alumnos han podido continuar aprendiendo durante la pandemia.
"Lo más difícil durante el confinamiento por la COVID-19 fue adaptarme a las clases a distancia, para mí fue incluso más duro que no poder salir ni ver a mis amigos".
Yvana Portillo, refugiada venezolana.
Las estadísticas revelan que en materia educativa las niñas quedan rezagadas en comparación con los niños. Las tasas globales brutas de inscripción de personas refugiadas en la enseñanza primaria fueron del 70 % y del 67 % en el caso de los niños y las niñas, respectivamente. En el nivel secundario, las tasas fueron del 35 y del 31 %. La educación de las niñas refugiadas debe ser una prioridad.
Mashumba Elaine, de 14 años, es estudiante de ciencias en la escuela de St Michaels Tongogara, en Zimbabue. En la foto, realiza un experimento en el laboratorio. El número de niñas que asisten a las clases de ciencias ha aumentado desde la puesta en marcha de este laboratorio.
Su compañera de escuela, la refugiada congoleña Jessica Momba, tiene un sueño: ser geógrafa. Cuenta que Ciencias, Matemáticas y Geografía son sus asignaturas favoritas. "Me encantan los experimentos en grupo porque los resuelvo con mis amigos en clase", dice.
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