El logo de la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados lucirá en la camiseta del primer equipo masculino y femenino y el equipo Fundació Barça Genuine las próximas cuatro temporadas.
El 10 de junio de 2016 la Fundación Probitas suscribió un Convenio de Colaboración con el Comité Español de ACNUR para apoyar el proyecto “Mejora de la situación...
En las últimas semanas, el conflicto en Irak ha vuelto a recrudecerse en la zona noroeste del país, donde las ciudades de Mosul, Makhmur y Faluya están viviendo...
“No vayas a casa”, le advirtieron a Abdul unos amigos que le pararon por la calle. “Hay hombres armados allí”, le dijeron. Abdul decidió pasar la noche en una mezquita...
Mediante la firma de un convenio el pasado 9 de mayo, la institución jienense apoyará con 35.000€ un proyecto de ACNUR en Líbano destinado a facilitar un alojamiento adecuado a...
El pasado mes de noviembre, la AACID renovó su acuerdo marco de colaboración con la Agencia de la ONU para los Refugiados y posteriormente destinó 75.000 euros a la asistencia...
“Fue estupendo ver a todos los participantes disfrutando con las muchas actividades organizadas por profesores, padres y alumnos (rifa, juegos, barbacoa, tómbola, photocall, hinchables, partido de fútbol, concierto,...
“Estos ataques son una violación fragrante del derecho internacional humanitario y de los derechos humanos y demuestran una vez más las dificultades extremas a las tienen que hacer...
Volver a Empezar es el primer podcast del Comité Español de ACNUR, conducido y presentado por Molo Cebrián, creador de Entiende Tu Mente o Saliendo Del Círculo.
¿Te imaginas tener que abandonar tu país y empezar de cero para poder salvar tu vida? El protagonista de esta temporada tuvo que hacerlo: le llamaremos Juan. Por motivos de protección, prefiere no decir su nombre, ni de dónde viene, pero sí puede contarnos cómo ha logrado comenzar una nueva vida en un pequeño pueblo de la llamada España rural, ayudando a combatir el despoblamiento. Allí, donde muchos otros no quieren ir, Juan está construyendo un hogar seguro junto a su familia. Acompáñanos a conocer su historia en la séptima temporada del podcast del Comité español de ACNUR.
El cambio climático ha llegado para quedarse y marcar nuestro presente y nuestro futuro. Pero, ¿qué es exactamente? ¿Qué consecuencias tiene y cómo podemos luchar ante su avance? ¿Cómo afecta a las personas más vulnerables del planeta? En la temporada 6 de "Volver a empezar" resolvemos estas preguntas sobre el cambio climático hablando con expertos en el tema. Te esperamos.
Como no podía ser de otra manera, dedicamos la Temporada 5 de Volver a empezar a Ucrania. Queremos conocer de cerca cómo se vive en un país en guerra, cómo es huir de este conflicto y comenzar de cero en un lugar nuevo. Pero también vamos a mostrar qué labor está realizando Acnur en esta situación y cómo podemos ayudar cada uno de nosotros. Te esperamos.
Esta es la historia de una persona que gracias al boxeo tuvo una segunda oportunidad. No solo ella, sino también toda su familia.
Ella es Sadaf. Mujer, boxeadora, refugiada, valiente y luchadora. Nació en Afganistán, uno de los peores países del mundo para nacer mujer. Si quieres conocer su historia, ¡dale al play! y si te emociona tanto como a nosotros, comparte este podcast.
La tercera temporada de Volver a Empezar tiene nombre propio: Sergio Chekaloff. Una persona que ha pasado 74 años buscando el reconocimiento de una nacionalidad.
Su historia es la de millones de personas en todo el mundo que carecen de derechos políticos, jurídicos y sociales por el hecho de no ser considerados ciudadanos. Son apátridas.
En esta segunda temporada de Volver a Empezar conoceremos a Sergio, Gleici y Cristian. Ellos se vieron obligadas a abandonar sus países y que al llegar a España se toparon con una situación excepcional por la pandemia de COVID-19. A pesar de sus dificultades personales, y aún a riesgo de contagiarse, volvieron a armarse de valor para ayudar a quienes más lo necesitaban.
Befriending es la primera temporada de Volver a Empezar. En ella conoceremos la historia de tres mujeres valientes. Dos de ellas lo dejaron todo atrás en sus países para volver a empezar. Una vez en España, forjaron una amistad que les ha ayudado a salir adelante en el día a día.
Abdulahi Haji Hassan observa las caras agotadas y confusas de su familia y contempla el precio que la sequía y el hambre se ha cobrado en sus vidas. Su hijo de dos años, Madey, deja caer su cuerpo sobre el pecho de su madre. Fama, la hija de cuatro años de Abdulahi, está cubierta del polvo de los 27 días de camino a través del clamoroso desierto desde su hogar cerca de Baidoa, en el sur de Somalia, hasta la frontera keniana. Sus lágrimas han formado regueros en su cara polvorienta. Haway, su mujer, aprieta los labios cuando piensa que pueden pasar años hasta que vuelva a ver su casa.Pero Abdulahi ha hecho un cálculo del cambio en su vida: “mi casa ya no es más que polvo y hambre” dice, “no puedo volver allí”. Echar a andar para buscar refugio no era una cuestión de elección. El sustento de la familia dependía de los animales. Las 70 cabras y 30 vacas de Abdulahi enfermaron y fueron muriendo una por una a medida que la peor sequía que se recuerda les privaba de agua y comida. El ganado era considerado hasta cierto punto parte de su extensa familia, y su pérdida fue una catástrofe para ellos. Cuando murió la última vaca, todo el mundo supo que los niños serían los siguientes. La madre de Abdulahi le recomendó que abandonara la aldea. “No quiero que tus hijos mueran de hambre”, le dijo. “Ve donde puedas a conseguir ayuda, y yo rezaré para que lleguéis sanos y salvos allí”. La familia Hassan es una de los 1.300 refugiados que llegan cada día desde Somalia a los alrededores de los campos de Dadaab, en el noroeste de Kenia, entre ellos Dagahaley. La capacidad de ACNUR para acomodar a las personas recién llegadas mejora cada día, pero gestionar una ciudad de 400.000 refugiados no es tarea fácil. ACNUR y el gobierno de Kenia han dado grandes pasos, pero se necesitan muchos recursos para proteger a los más vulnerables, ofrecerles cobijo y atender sus necesidades médicas. El viaje Para aquellos que huyen de Somalia el primer -y quizás el más doloroso- paso que dan es el viaje en sí mismo. La familia de Hassan emprendió su viaje con otras siete familias más. Cogieron todo lo que les quedaba en este mundo: un carro tirado por burros hecho con ejes de coches desechados, una bolsa de maíz molido y un recipiente de plástico con agua. Descansaban durante el día y caminaban por la noche. Después de una semana, todos los días eran iguales. “Todas las noches que viajas son iguales. No hay una noche buena ni una mala. Sólo hay noche” dice Abdulahi. “Piensas en la situación de tus hijos, cuál de ellos te preocupa más. Yo estaba preocupado por el más pequeño, claro”. Los niños comían pequeñas cantidades de maíz y agua y los padres ninguna. Cuando no está pensando en sus hijos, los recuerdos de Abdulahi vuelven a su madre. Esta ha sido la primera vez que se ha separado de ella. Era demasiado mayor para sobrevivir al trayecto, incluso viajando sobre el carro tirado por burros. “Me dijo que rezaría por mí. Me dijo que llegaría a salvo a mi destino” dice Abdulahi. Pese a que ella se quedó con otro de sus hermanos, los pensamientos sobre su madre se arremolinan en la mente de Abdulahi Haji Hassan: “¿Le faltará algo para comer? ¿Estará enferma? ¿Morirá antes de que yo pueda regresar a casa de nuevo? No lloré pero estaba muy preocupado”. A medida que se acercaban a la frontera con Kenia, el grupo empezó a encontrarse con asaltantes. Armados con rifles de asalto AK-47 los ladrones registraron cada saco que llevaban. “Cuando no encontraron nada empezaron a golpearnos con la culata de sus rifles” relata Abdulahi. Uno de sus hermanos acabó con dos costillas rotas. La recepción Son las siete de la mañana y los recién llegados se amontonan frente a la entrada del centro de recepción del campo de refugiados de Dagahaley. Una mujer mayor tose quejándose de una enfermedad. Mariam Mohamud, de 30 años, ha dado a luz a una niña durante la noche. La sostiene en sus brazos, envuelta en una tela roja. Los trabajadores sanitarios de Médicos sin Fronteras, contraparte de ACNUR en la zona, hacen un reconocimiento a la madre y al bebé y las llevan a la clínica del centro de acogida. Hassan Abdi normalmente presume de poder mantener su profesionalidad, pero ahora su emoción se puede leer en el rostro del médico. Se acerca a la diminuta niña y la sostiene delicadamente entre sus manos. Después de unos minutos respira aliviado. “Esta niña está bien”, dice. Su madre está agotada y todavía tiene que ponerle nombre a la pequeña. Finalmente se decide por Mariam. Madre e hija son trasladadas en ambulancia en dirección al hospital local, junto a Muhammed Abdulahi, que sufre desnutrición severa. Después de dos años de vida, Abdulahi sólo pesa cinco kilos –un poco más que la mayoría de los bebés recién nacidos-. Mientras tanto, funcionarios del gobierno de Kenia registran a los recién llegados al tiempo que ACNUR y sus socios los asisten ofreciéndoles comida y material no alimentario. Madres, padres e hijos pasan por un control donde se les toman las huellas dactilares e información esencial sobre ellos, que se introduce en una base de datos de un ordenador de ACNUR. El proceso es fundamental para el seguimiento del flujo de solicitantes de asilo y para garantizar que todos los que necesitan ayuda puedan conseguirla. En fila, las familias se sientan juntas en silencio. Es un momento de relativa paz dentro de una existencia marcada por la desesperación. En 90 minutos, ACNUR y sus socios toman los datos de los refugiados, les ofrecen la asistencia médica inicial, les dan comida y otros materiales e identifican a los más vulnerables. “No te engañes con la tranquilidad”, dice Roger Taylor, un oficial de campo de ACNUR en Dagahaley. “La razón por la que hay calma es porque estamos muy bien organizados y porque estos refugiados están exhaustos”. David Owalo Magolo, de 48 años, ha trabajado en los campos de Dadaab desde 1996. Nunca ha sido testigo de una emergencia tan crítica como la que estamos enfrentando ahora. “Las mujeres y los niños han sufrido terriblemente. Cuando emprenden su viaje hacia Kenia a menudo tienen que llevarse a bastantes niños con ellas. Avanzan medio kilómetro con un niño, le dejan en el suelo y vuelven a recoger al siguiente”. Los rostros de los refugiados se han quedado marcados en la mente de David, y cree que es sólo una cuestión de tiempo hasta que aparezcan en sus sueños. Hace un esfuerzo por concentrarse en los otros momentos vividos en esta crisis: aquellos que le provocan un sentimiento de orgullo y esperanza. “El mejor momento del día es cuando ves que alguien ha sido recibido en el sistema”, dice. “Se les da comida y ropa…hemos analizado su estado de salud, tienen comida, materiales no alimentarios como ollas y sartenes para cocinar. Tienen algo con lo que empezar”. Los miembros de la propia comunidad local de refugiados, muchos de los cuales han vivido en los campos de Dadaab durante casi 20 años, también han querido ayudar. “Cuando vimos a los refugiados que llegaban, los miembros más jóvenes y la comunidad dentro de los campos decidieron que ellos tenían que ayudar”, declaró un refugiado de 38 años, Mahat Ahmed. “Le dijimos a la gente, “si tienes dos camisetas, da una. Si tienes dos pares de zapatos, da uno de ellos”. El cómo los refugiados dieron lo poco que tenían se fue extendiendo de boca en boca hasta otras zonas de la diáspora somalí. Pronto, hombres de negocio somalíes y otros, desde Nairobi hasta Norteamérica, comenzaron a contribuir a la causa. Cada día llegan a los campos de refugiados algunos camiones cargados de leche, galletas y ropa, que son distribuidos en bolsas de plástico a las familias. Estos refugiados ven su esfuerzo no como un único acto, sino como una señal para todos los que quieren ayudar. “Es una cuestión de fe”, dice Barre Osman, refugiado de 24 años, que distribuye leche y galletas. “Los corazones humanos están conectados, y nuestros corazones aquí son uno. Todos venimos de Adán y Eva y todos somos hermanos y hermanas”. Por Greg Beals en el campo de refugiados de Dagahaley, Kenia
Su nombre originario, Sophalay De Monteiro, representaba el orgullo de sus ancestros –misioneros portugueses llegados a Camboya en el siglo XVIII-, pero también le ha hecho destacar en su país adoptivo durante estos 35 años. “Abandonar este nombre ha supuesto un precio pequeño que he tenido que pagar para poder obtener por fin la ciudadanía vietnamita” dijo a ACNUR, mostrando ansioso sus nuevos documentos, entre ellos el preciado libro de familia, que regula todas las relaciones entre los ciudadanos y el gobierno de Vietnam. “Esto es muy importante porque significa que podremos tener carnés de identidad” afirmó Phuc, de 50 años. “Podemos hacer muchas cosas. Ahora puedo conseguir un pasaporte y viajar fuera del país”. Pero también supone que puede hacer muchas otras actividades básicas, como comprar una motocicleta. En un país en el que casi todas las familias tienen una moto, miles de antiguos refugiados camboyanos apátridas como Phuc ni siquiera podían comprar legalmente este medio de transporte tan común. Phuc se casó con una mujer vietnamita hace 32 años, poco después de llegar al país. Lo que más le dolió fue ver sufrir a sus dos hijos porque también se convirtieron en apátridas debido a su falta de estatus legal. Durante los últimos años, ACNUR ha trabajado con Vietnam para eliminar los obstáculos burocráticos que han existido durante décadas y que impiden a este pequeño grupo de ex refugiados –los últimos de los cientos de miles que buscaron refugio en Vietnam en los años 70- obtener la ciudadanía. Aunque ha pasado a menudo inadvertido, Vietnam se ha convertido en un pionero en Asia y en el mundo a la hora de poner fin y prevenir la apatridia. La mayoría de los refugiados camboyanos fueron reasentados o volvieron a su país a comienzos de la década de los 90, pero unos pocos miles de personas como Phuc, fueron rechazados por Camboya. Al no poder regresar, se convirtieron en apátridas. “Si hubiéramos obtenido la nacionalidad cuando llegamos a Vietnam habría podido hacer más por mis hijos, ganar más” dice Phuc, mostrando claramente el dolor en su rostro. “Mis hijos deberían haber tenido una vida mejor, pero nuestra familia terminó yendo hacia atrás en lugar de avanzar”. “No me di cuenta de que sus vidas serían tan difíciles al no tener la nacionalidad. Cuando llegamos a Vietnam no tenían nada, y entonces no nos dimos cuenta de que la ciudadanía sería importante si querían disfrutar de los beneficios de la sociedad”. Su hija Sheyla, una estudiante brillante, tuvo que rechazar una beca en Japón. Su hijo, Kostal, recuerda que fue excluido del movimiento juvenil comunista cuando era pequeño, y más tarde incluso vio truncadas sus esperanzas de poder tener un noviazgo. “Finalmente conocí a una chica de la que me enamoré y a sus padres no les importó el asunto de mi carné de identidad, pero no podíamos casarnos legalmente porque yo no tenía un carné de identidad” dice Kostal De Monteiro, de 29 años. Finalmente obtuvo la ciudadanía gracias a su madre vietnamita, así que pudo conservar su nombre originario. Phuc tenía la sensación de que nunca sería completamente aceptado mientras fuera un apátrida, pese a hablar vietnamita con fluidez y haberse integrado en esta comunidad conocida por los turistas por el sofisticado sistema de túneles que el Viet Cong usó para escapar del ejército estadounidense durante la guerra en los años 60 y 70. Estos días la vida es mejor para toda la familia. Phuc, uno de los 2.300 camboyanos que han recibido la ciudadanía en 2010 o que están en vías de hacerlo, era un respetado líder de los refugiados en su comunidad, y todavía hoy sigue asesorando a sus nuevos compatriotas sobre los derechos que les confiere su nuevo estatus. A sus 50 años, ya no tiene muchos planes para su propio futuro, pero sí se alegra por las perspectivas de sus hijos. Su hija espera poder estudiar en Francia ahora que ha obtenido la nacionalidad. Su hijo ha sido ascendido a contable senior, ha logrado un aumento salarial, podrá comprarse una propiedad y está viendo cómo le ofrecen viajes de trabajo al extranjero ahora que puede tener un pasaporte. “Las diferencias se reducen a quién tiene una nacionalidad y quién es un apátrida” dice Phuc. “La gente que siempre ha tenido una nacionalidad, un carné de identidad y un pasaporte apenas aprecia su valor” declaró. “Pero aquellos que no lo tienen saben muy bien lo valioso que es tener una identidad legal”. “Estoy muy, muy feliz” dijo. “Mis hijos tendrán un futuro mucho más brillante gracias a los beneficios de ser vietnamitas, así que podrán disfrutar de sus vidas”. Por Kitty McKinsey en Cu Chi, Vietnam.
En el Instituto Vega de Mijas en Málaga ya se han puesto en la piel de un refugiado. Durante el mes de junio organizaron diferentes actividades para dar a conocer la situación de los refugiados y refugiadas, y organizaron una tómbola solidaria para recaudar fondos. Éstos son los pasos que siguieron para montar la tómbola solidaria, paso a paso: En las tutorías se trabajó el tema refugio y solidaridad mediante juegos cooperativos y documentación de ACNUR. Un profesor elaboró un mural con las sonrisas de todo el alumnado y profesorado del IES como metáfora de que con una simple sonrisa nuestra, una mínima aportación, podemos hacer felices a otros. Instalaron la exposición de ACNUR “La vuelta a casa” que el alumnado visitó durante los recreos. Además se ha realizado un pequeño concurso en el que tenían que responder a preguntas relacionadas con los textos de la exposición. En los talleres de legua los alumnos y las alumnas elaboraron cartelería para decorar la tómbola y escribieron cartas a los niños y niñas refugiados. En el montaje de la tómbola participaron activamente alumnado, profesorado y el AMPA del centro, involucrando así a toda la comunidad educativa que también han donados objetos recogidos durante semanas en la biblioteca. Consiguieron recaudar 635 euros para ayudar a las personas que huyen de la violencia en Libia.