Yahya, un joven subsahariano, no sabe con exactitud su edad. Sus recuerdos de la infancia empiezan en los vastos y áridos montes de Gambia, donde llevaba a las vacas a...
Yahya, un joven subsahariano, no sabe con exactitud su edad. Sus recuerdos de la infancia empiezan en los vastos y áridos montes de Gambia, donde llevaba a las vacas a pastar. Calcula que tendría unos cuatro o cinco años. En este post queremos contarte su historia y que:
Durante 10 años hizo el mismo recorrido cada día: se levantaba antes del amanecer para conducir al ganado fuera del pueblo. Su sueño era acudir a la escuela primaria de su pueblo, pero nunca lo consiguió. Tampoco se le educó en la religión mayoritaria ni pudo asistir a la mezquita, donde su padrastro y sus hermanastros musulmanes rezaban cada día. Yahya era hijo de su segunda esposa, y su padre era cristiano.
Su madre siempre fue su apoyo más importante, hasta que murió por causa de unas fiebres. Fue entonces cuando, con 15 años, este subsahariano empezó a planear su huida.
ACNUR / Fabio Bucciarelli
El marido de su madre siempre se había enfrentado a él por sus raíces cristianas. Como no aguantaba más esa situación, esperó a la época de lluvias y escapó antes de que llegase el amanecer portando solo dos camisetas y un par de pantalones en una bolsa de plástico, y cinco dalasi de Gambia, que al cambio es menos de un dólar.
Durante un largo tiempo, estuvo vagando por diferentes lugares en busca de una oportunidad. Vio una luz de esperanza cuando consiguió pagar por partir en una camioneta que le llevaría en un viaje a través del Sáhara. Sin embargo, lo peor estaba todavía por llegar. El convoy fue interceptado y Yahya, junto con centenares de hombres y niños, fue encarcelado en un sótano, donde comía pan duro dos veces al día y dormía en el suelo.
Con el tiempo, sus propios captores lo usaron como chico de los recados. Lavaba los platos en la casa principal y hacía otras tareas como sacar la basura. Estuvo trabajando para ellos un año, hasta que pudo escapar a bordo de una lancha inflable. Era la primera vez que veía el mar. Los días en la prisión fueron muy duros, pero Yahya siempre tuvo la esperanza de poder hacer su vida lejos de allí, en algún lugar en el que pudiese ser libre.
Después de tres días de travesía, pudo ver la luz de la guardia costera italiana. A sus 16 años, fue internado en un centro de acogida en la ciudad de Priolo. A través de un programa de ayuda a niños sin familia, supo que su verdadera vocación era la cocina y que podía hacer que la cocina siciliana y la africana se uniesen para descubrir nuevos sabores. Después de varias oportunidades de aprender el oficio, ahora tiene 18 años y trabaja en un restaurante en Catania, y, aunque no tiene muchas esperanzas de poder volver a Gambia, sigue aprendiendo cada día y dando un toque subsahariano a sus comidas.
Esta es solo una historia más de tantas sobre los miles de personas que tienen que huir de su país por diferentes causas, como las persecuciones por motivos políticos o religiosos, o por cuestiones económicas o bélicas.
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