La inmigración es un fenómeno que ha estado presente desde la formación de las primeras sociedades. Sin embargo, nunca antes se habían registrado unos niveles de...
La inmigración es un fenómeno que ha estado presente desde la formación de las primeras sociedades. Sin embargo, nunca antes se habían registrado unos niveles de movimientos de población como los del último medio siglo.
A raíz de la guerra en Siria y de otros conflictos armados en el mundo que han obligado al desplazamiento forzoso de miles de personas, algunos términos asociados a estos contextos empiezan a ser recurrentes en nuestro vocabulario. Palabras como refugiado, desplazado, inmigrante, expatriado y extranjero han adquirido un claro protagonismo en los medios de comunicación y en la sociedad en general.
Aunque en su sentido clásico el término expatriado designa a toda aquella persona que vive o está fuera de su patria, lo cierto es que con el tiempo se le han otorgado unas connotaciones específicas del ámbito laboral.
En el caso de España, por ejemplo, la condición de expatriado está contemplada en la legislación laboral. Se refiere a los trabajadores que una empresa traslada a otro país con el objetivo de llevar a cabo una actividad, gestión o tarea específica, la cual no tiene límite de duración.
En ese sentido, el expatriado es lo contrario al impatriado, que es el término que usa la ley de algunos países que acogen a los trabajadores que emigran con fines laborales. A la vez, un expatriado puede ser considerado como inmigrante o emigrante, aunque solo lo sea por razones económicas.
Dos de los conceptos que más confusión crean en la actual coyuntura de migración y crisis humanitaria son los de expatriado y refugiado».
Si nos atenemos a la definición clásica del primero, descubrimos que ambos se refieren a la persona que se encuentra fuera de su país natal. Sin embargo, la diferencia sustancial entre ambos radica en las causas que motivan tal migración: mientras el primero lo hace por motivos laborales, el segundo huye de conflictos armados o de la persecución por razones religiosas, políticas, raciales, etc.
Es decir, los refugiados son expatriados en el sentido clásico del término, pues para recibir dicha denominación han tenido que cruzar las fronteras de su país de origen. De lo contrario, se los considera desplazados internos que han ido en busca de zonas más seguras dentro de su propio país.
Sin embargo, no lo son si nos atenemos a la connotación laboral y jurídica del estatus de expatriado. Recordemos que el refugiado huye en busca de zonas seguras donde pueda encontrar acogida y atención básica, pues su migración tiene lugar en contextos de guerra o de crisis humanitarias. Al expatriado no le preocupan tales cuestiones; su interés es meramente laboral.
También es preciso diferenciar el estatus de expatriado de la condición de asilado, dos términos que se relacionan, pero que designan realidades distintas.
El asilo es un estatus que los países de acogida otorgan a los refugiados que demuestren las causas de su desplazamiento forzoso por motivos de raza, sexo, religión o pensamiento político, entre otros.
En la actual crisis migratoria, varios países de Europa y Norteamérica han concedido asilo a cientos de familias sirias, lo cual les permite residir en el país, moverse por el territorio y disfrutar de los mismos derechos que un ciudadano nativo.
Desde el punto de vista laboral, un expatriado nunca será un asilado, pues su migración no está motivada por la persecución ni por la guerra.