La guerra de Siria ha provocado que, actualmente, 5,6 millones de refugiados sirios hayan tenido que huir de sus hogares tras ocho años de combates en el país. Aunque...
La guerra de Siria ha provocado que, actualmente, 5,6 millones de refugiados sirios hayan tenido que huir de sus hogares tras ocho años de combates en el país. Aunque la gran mayoría de los refugiados sirios registrados se encuentran en Turquía, muchos de ellos han logrado llegar hasta la Unión Europea, en ocasiones tras peligrosísimas travesías atravesando el mar Mediterráneo.
Una vez en territorio europeo, los refugiados sirios han tenido que sobreponerse a numerosas adversidades, pero también han demostrado ser un ejemplo de voluntad para superar los problemas y lograr salir adelante en las circunstancias más complicadas.
Estas son tres historias que demuestran cómo el fenómeno de los refugiados puede generar dinámicas de ayuda mutua de las que se beneficien tanto los recién llegados como las comunidades en Europa.
Abdul cultivaba olivos en Siria antes de que el conflicto le obligase a abandonar el país. Tras una larga peripecia, acabó en Irlanda, donde, a sus 73 años, ha tenido la oportunidad de seguir dedicándose a su trabajo de toda la vida. La lluviosa y fría isla noreuropea, no es el lugar idóneo para el olivo, pero sí para los manzanos que ahora cuida Abdul junto con otros refugiados de su país.
“Los árboles son como las personas, necesitan respirar”, explica Abdul mientras se ocupa de una rama. “Así que nosotros los podamos y dejamos que pase el aire, como hacíamos con los olivos en Siria”.
Abdul forma parte de una iniciativa conocida como “agricultura social”, tras haber sido reasentado en la República de Irlanda bajo un programa conjunto del Gobierno y ACNUR que ofrece a los refugiados la oportunidad de trabajar e intercambiar conocimiento con los agricultores locales.
Las habilidades que muchos refugiados traen consigo son invaluables para la agroindusria irlandesa que adolece de una escasez de trabajadores. A fin de cuentas, como explica el propio Abdul, “los árboles son iguales en todo el mundo, la única diferencia es el clima”.
La escuela primaria de Golzow, un pequeño pueblo alemán situado junto a la frontera con Polonia, fue la gran protagonista del documental “Los niños de Golzow”, estrenado en 2006 y que narraba la vida de toda una generación durante la Guerra Fría. Tras haber sido testigo de la historia durante el siglo XX, la escuela se encontraba en grave riesgo de desaparecer ante la disminución de la población en Goslow.
Ante este situación el alcalde, Frank Schütz, propuso una idea que cambió para siempre la historia del pueblo: solicitar a las autoridades que enviasen familias de refugiados con niños en edad escolar que serían acogidos en Gozlow y devolverían la vida a su escuela.
Cuatro años después, las dos familias que llegaron en 2015 son ya parte integral de la comunidad y no solo han vuelto a llenar las aulas, sino que han participado en un intercambio cultural que ha enriquecido de manera única a los habitantes de Gozlow, particularmente a sus niños.
“Quieren saber sobre nosotros y nosotros sobre ellos”, cuenta Kamala, una de las niñas recién llegadas, sobre sus compañeros de clase. “Todo el mundo vino a recibirnos con flores”, recuerda su madre, Halima. “Yo estaba muy sorprendida, no podía hacer otra cosa que llorar”.
Razan Alsous llegó a Reino Unido, procedente de Siria, en 2012, después de que una explosión destruyese la farmacia que regentaba en Damasco. Los comienzos fueron duros para ella y su familia, pero un día, una ocurrencia casual cambió radicalmente su situación. Mientras hacía la compra en el supermercado local de su ciudad de acogida, en la región de Yorkshire, no logró encontrar queso halloumi, parte fundamental de la gastronomía en Siria.
“Fue en ese momento en el que caí en la cuenta”, explica Alsous. “Estamos en Yorkshire, en donde la leche es maravillosa, entonces, ¿por qué no hacer halloumi aquí?”.
Desde ese momento, se puso manos a la obra, recibió una ayuda estatal para empresas emergentes, compró un servicio de catering de segunda mano, alquiló un pequeño local y comenzó a producir queso halloumi con una receta que buscó por internet en una tienda alquilada en Halifax.
El negocio funcionó de manera brillante. Pronto comenzó a producir distintos tipos de halloumi bajo el nombre “Squeaky Cheese” (queso chirriante) de su flamante nueva marca Yorkshire Dama. Desde entonces, su queso ha obtenido reconocimientos internacionales, entre ellos, la medalla de oro en los World Cheese Awards de 2016/2017 y ha hecho tremendamente popular este queso en Reino Unido.
“Incluí el nombre de mi tierra natal en el nombre de mi compañía: Dama representa a Damasco”, declara Alsous. “No obstante, ahora considero a Yorkshire como mi hogar. Así que, cuando la gente me pregunta de dónde soy, yo respondo: ‘yo soy de Yorkshire’”.
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