La violencia de género es un flagelo que atraviesa a toda la humanidad y que pareciera no detenerse nunca, pese a que la conciencia con respecto a su prevenció...
La violencia de género es un flagelo que atraviesa a toda la humanidad y que pareciera no detenerse nunca, pese a que la conciencia con respecto a su prevención ha aumentado considerablemente durante los últimos años.
En España, los datos que arroja 2019 hablan de 55 mujeres víctimas mortales de violencia de género, asesinadas a manos de sus parejas o sus exparejas. Se trata del número más alto desde 2015, cuando el pico se situó en 60 víctimas. De acuerdo con los números de la Delegación del Gobierno para la Violencia de Género, 1.033 mujeres han sido asesinadas en el país desde el 1 de enero de 2003 hasta finales de 2019.
Lamentablemente, en lo transcurrido de este 2020 ya son 18 mujeres víctimas de violencia de género y que también fueron asesinadas por sus parejas o exparejas, dejando huérfanos a once niños.
Muchas niñas y mujeres refugiadas han tenido que huir de sus hogares escapando de situaciones de violencia de género tales como la mutilación general femenina o por riesgo a ser violadas o asesinadas en medio de conflictos armados y de guerras. Pero el peligro no se acaba en la huida, ya que durante el trayecto también corren serios riesgos de ser atrapadas en redes de tráfico sexual, secuestros, casamientos forzados o violaciones.
La violencia sexual y de género implica todo tipo de coerción y de amenazas de índole física, sexual, psicológica o emocional, generando una situación de negación a la dignidad humana de las mujeres. Y se ubica como una de las tantas causas del desplazamiento forzado de miles de mujeres refugiadas.
Las niñas y mujeres refugiadas representan aproximadamente el 50 por ciento del total de la población refugiada, apátrida o desplazada internamente. Una de las tareas primordiales de ACNUR junto con los Estados es la protección internacional a las mujeres refugiadas contra todas las formas de violencia sexual y de género, a través de iniciativas como Safe from the Start, que unifica a diferentes instituciones en el trazado de estrategias que permitan reducir la violencia de género y que aseguren el apoyo fundamental para las supervivientes de maltratos de cualquier tipo.
En la actual situación de pandemia que vive el mundo, los casos de violencia de género continúan siendo un problema grave y esto afecta a las mujeres y niñas refugiadas, desplazadas y apátridas. Así lo advierte Gillian Triggs, Alta Comisionada Adjunta para Protección de ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, quien las ubica entre las personas con mayor riesgo de sufrir agresiones vinculadas con el género: “Algunas personas pueden terminar confinadas en sus hogares o lugares de acogida, atrapadas con sus agresores y sin la oportunidad de distanciarse o de poder pedir ayuda en persona a alguien”.
También menciona aquellos casos de mujeres que, por las consecuencias económicas del COVID-19 han perdido sus precarios medios de subsistencia “pueden verse obligadas a recurrir a la prostitución o a los matrimonios infantiles forzados, empujadas por sus familiares”. Por lo que la red de protección global de ACNUR se encuentra muy alerta para proteger a todas estas mujeres y niñas en situación de máxima vulnerabilidad.
Pese a que el panorama sigue siendo alarmante, también hay muchas historias de superación a la violencia de género por parte de las mujeres refugiadas. Traen consigo historias de sufrimiento y agonía, pero que han podido superar o que están en fase de lograrlo.
El caso de Nakout, por ejemplo, es uno de los más representativos de la huida de las mujeres de sus países por la violencia de género. Miembros del denominado Ejército de Resistencia del Señor (LRA) irrumpieron un día en su aldea de Uganda, asesinando a su marido y secuestrándola, separándola de sus hijos. Durante 12 años estuvo presa y sometida a situaciones extremas de violencia sexual y de género por parte de Josep Kony, el líder de este grupo guerrillero que siembra el terror en los poblados de ese país africano. “No me rindo, nunca, nunca lo haré. Nunca me rindo, pase lo que pase”, dice esta mujer que actualmente vive en Finlandia, después de escapar de las garras de LRA y esperanzada por poder reencontrarse con sus hijos después de tantos años sin verlos.
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La vida de Virginie Laure cambió para siempre cuando iba a trabajar como peluquera en un mercado, como todos los días, en su poblado natal de Camerún. Un grupo de desconocidos la interceptó y la violó, generándole un trauma difícil de superar, incluso después de huir de su país en un bote inflable hacia la isla griega de Lesbos. “Cuando estoy sola en la calle me invade el pánico. Cuando la gente se pone agresiva y hay peleas, me invade la misma sensación que aquel día”, comenta esta mujer, actualmente solicitante de asilo en Grecia. En ambos casos, la permanencia del trauma que ha generado la violencia de género es evidente, pero poder hablar sobre su situación y estar a salvo de los maltratos son pasos decisivos para que estas dos mujeres y para que muchos miles puedan superar sus tragedias y rehacer sus vidas.