Pese a la fortaleza y resiliencia que se encuentran detrás de historias como las de estas cinco mujeres luchadoras, el empoderamiento de la mujer es especialmente necesario cuando hablamos de mujeres refugiadas.
El empoderamiento, entendido como el proceso hacia su emancipación y la toma de decisiones para mejorar su situación, es de vital importancia para un colectivo especialmente vulnerable que se enfrenta a riesgos únicos en su género: ablación, violencia sexual, matrimonio infantil, violencia doméstica…
Empoderamiento de la mujer, una solución a largo plazo
Uno de los mayores problemas al que se enfrentan los refugiados son las guerras y conflictos que se alargan durante años y desaparecen del foco mediático. Una persona que ha tenido que huir de su casa pasará, de media, 17 años en un campo de refugiados.
La independencia económica y emocional de las mujeres, que muchas veces han sido víctimas de violencia sexual o de género, es vital para que adquieran confianza en sí mismas y puedan hacerse responsables de sus vidas y de su familia.
Cuando Irene estaba embarazada de 7 meses, recibió un disparo al que ella y su pequeña sobrevivieron milagrosamente. Trabajaba como costurera y diseñaba su propia ropa cuando tuvo que huir de Costa de Marfil y refugiarse en Liberia. Allí, lleva más de 14 años en los que no ha perdido el optimismo.
“Todas las mujeres refugiadas tienen que ser valientes”
Gracias a la ayuda de ACNUR, que facilitó los útiles necesarios para poner en marcha su idea, Irene ha comenzado a dar clases de costura a mujeres refugiadas como ella, de Costa de Marfil, y también a mujeres de Liberia, su país de acogida.
Para ella, el empoderamiento de la mujer refugiada es básico para que puedan reforzar su autoestima y encontrar un medio de vida.
Estas 20 mujeres somalíes tienen algo en común: son refugiadas y ahora también dueñas de un negocio de productos lácteos.
El modelo es sencillo: compran la leche a los productores locales y la pasteurizan calentándola lentamente para matar los microbios, conservando las cualidades nutricionales. Después, la almacenan en frigoríficos que funcionan con energía solar para venderla a minoristas.
Jamila, una de las socias, ya estaba acostumbrada a comerciar con estos productos en Somalia, donde trabajaba como granjera y pastora hasta que tuvo que huir a Etiopía en 2010, después de la caída del régimen de Siad Barre.
La pequeña cooperativa se ha convertido en su medio de vida, permitiéndoles sostener a sus familias. En sus mejores días, ganan hasta 540 birrs, la moneda etíope, unos 22 euros. Una parte lo revierten en el negocio y el resto lo distribuyen entre ellas. ACNUR y sus socios les apoyan brindándoles capacitación y el equipo para la fabricación de los lácteos.
Ahora, la cooperativa ha hecho realidad parte de sus sueños más apreciados: “Quiero que todas nosotras seamos autosuficientes para que podamos mantener a nuestros hijos”, asegura Jamila.