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Las familias que viven en los vecindarios controlados por las pandillas en El Salvador enfrentan desde extorsión y amenazas de muerte hasta agresiones y asesinatos. Gerardo, un hombre de 60 años, perdió a tres hijos, a algunos de sus sobrinos y a su hermano. Y al final, la violencia separó al resto de su familia y lo obligó a huir a Guatemala.
“Cómo los extraño y me duele que hayan salido lastimados”, dijo. A salvo en el exilio, Gerardo lucha por reconstruir su vida lejos de su esposa, que no quiso abandonar su casa. Para los salvadoreños, la violencia y la persecución continúan siendo parte de sus vidas diarias.