En noviembre de 1975, tras la firma de los Acuerdos Tripartitos de Madrid, España se retiró de la zona conocida como Sáhara Occidental, que 23 años antes había...
En noviembre de 1975, tras la firma de los Acuerdos Tripartitos de Madrid, España se retiró de la zona conocida como Sáhara Occidental, que 23 años antes había anexado al resto de sus provincias peninsulares, y a partir de ahí se registró una huida masiva de refugiados saharauis hacia zonas más seguras.
Más de 40.000 personas huyeron a la frontera con Argelia. Desde entonces, se estima que casi 165.000 refugiados saharauis conviven en los cinco campos habilitados por los organismos de atención y cooperación, entre ellos ACNUR.
Hoy, cuarenta años después de aquellos hechos, la gran mayoría de las familias de refugiados saharauis que partieron de sus hogares continúan a la espera de una solución para volver a territorio saharaui.
Los primeros niños que nacieron en los campos de refugiados de Tinduf tienen ahora cerca de 38 años. Forman parte de una primera generación de saharauis nacidos en el exilio que ha visto seriamente limitadas sus opciones de futuro.
A partir de entonces, las familias han crecido paulatinamente. Se estima que un 60% de los habitantes de los campos de refugiados de Bojador, Dajla, El Aaiún, Auserd y Smara son jóvenes menores de 30 años.
Saleh es uno de los integrantes de este grupo. Tiene 29 años y es un buen ejemplo de los jóvenes saharauis que han debido abrirse camino a través de los múltiples obstáculos que supone vivir en una región poco fértil y aislada.
De niño asistió a la escuela habilitada en su campo de refugiados y luego se marchó a Libia a acabar el bachillerato. Más tarde, en Argelia, estudió Literatura Inglesa. Hoy en día es especialista en idiomas; además del inglés, habla árabe, español, alemán y hasta el hassaniyya, el dialecto árabe más hablado en el Sáhara Occidental.
El principal problema de Saleh y de otros jóvenes saharauis con formación es que, al regresar a Tinduf, no pueden aplicar sus conocimientos. El trabajo es escaso y precario, pues los campos viven sobre todo de la ayuda internacional.
“Quiero ser útil a mi gente y a mi sociedad”, afirma. “Durante un año, en el campo de El Aaiún, fui maestro y gané 40 dólares al mes. ¿Qué puedo hacer con eso? Lo gasté en menos de una semana. No es ni de lejos suficiente para ayudarnos a mí y a mi familia, así que tuve que buscar otra cosa”.
Todo está por hacer en los campos de refugiados saharauis en Tinduf. Mientras se logra una salida política que contemple el regreso de estas familias a su ciudad de origen, los campamentos saharauis continúan instalados en medio del desierto. Son pequeñas ciudades que rompen el paisaje llano y árido del Sáhara en aquella zona.
Ante la poca fertilidad del terreno aledaño, los habitantes de los campos han descartado desde hace décadas la agricultura como medio de subsistencia. El comercio parece una opción más viable, aunque se realiza de manera informal y no ofrece un nivel de beneficios suficiente para la manutención de los habitantes.
Casi todas las necesidades básicas de la población saharaui son cubiertas gracias a los organismos internacionales. Sin embargo, en los últimos años se ha hecho evidente una disminución de los recursos ante las emergencias humanitarias registradas en Siria, Irak, Oriente Próximo y algunos países de África.
Unas pocas familias se benefician de las remesas que les envían sus parientes desde el extranjero. Otras tantas han encontrado una buena alternativa en la reanudación de los vuelos comerciales entre el Sáhara Occidental y Tinduf, en el marco del programa de Medidas de Generación de Confianza que puso en marcha ACNUR en 2004 y que ha permitido el reencuentro de personas separadas desde hace décadas. Sin embargo, son medidas aún insuficientes.
Además de prestar la atención primaria, los organismos que trabajan en la zona intentan educar a las nuevas generaciones de saharauis para que al llegar a la edad adulta sean autónomos y promuevan el desarrollo de su comunidad.
Por ejemplo, la distribución de alimentos se combina con actividades para la prevención y el tratamiento de la desnutrición. Del mismo modo, las labores educativas van acompañadas de programas de incentivos tanto para las familias como para los estudiantes, especialmente los jóvenes.
“Tenemos que organizar seminarios sobre el cambio de actitudes”, afirma Yassin, uno de los supervisores del campo de juventud en Tinduf. “Últimamente ha habido un aumento del número de delitos en los campos, y las tasas de absentismo escolar son cada vez más altas. Las nuevas generaciones se están echando a perder, y es necesario atender sus necesidades lo antes posible”, continúa.
La clave parece estar en la creatividad como fuente de soluciones a largo plazo. Tras cuatro décadas de aislamiento, es preciso que las comunidades avancen, en la medida de lo posible, hacia la autosuficiencia y el desarrollo.
Personas como Saleh y otros líderes comunitarios serán fundamentales para que tal meta pueda alcanzarse. “Yo me pude asegurar la educación superior para tener mejores opciones de futuro, pero no todo el mundo en los campos de refugiados tiene esa oportunidad”, dice Saleh. “Representamos solo el 10% y debemos liderar el impulso para que el resto de los jóvenes despegue”, señala.
También para las mujeres de los campos, especialmente para aquellas que son cabeza de familia, se han diseñado programas de educación financiera que les ayuden a generar nuevos medios de subsistencia. El objetivo es que las familias dependan menos de la ayuda que prestan los organismos internacionales en la zona. Existe el mito de que las mujeres árabes no van al colegio, pero la realidad es que miles de mujeres y niñas de los países árabes no solo tienen estudios superiores y trabajos cualificados, sino que luchan por un acceso igualitario a los estudios para la mujer. Muchas de las mujeres de los países arabes son a su vez refugiadas; deben emprender una nueva vida, rompiendo con el estereotipo de la mujer árabe y luchan para seguir adelante.
Puede que además te interesen las guías sobre: