Una familia diferente formada por jóvenes refugiados Una familia diferente formada por jóvenes refugiados

Una familia diferente formada por jóvenes refugiados

20 de noviembre, 2015

Tiempo de lectura: 4 minutos

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Amir, Raoul, Ahmat, Adim… forman parte de un grupo de adolescentes que se han unido para formar una particular familia. Tienen entre 13 y 17 años y tuvieron que huir de su país, la República Centroafricana (RCA), a causa del conflicto que se vive allí desde el año 2014. Llegaron a Chad huérfanos o separados de sus padres, vivieron durante un tiempo en centros de menores en la capital, donde se hicieron grandes amigos, y poco después ACNUR les propuso dos opciones: ir a vivir con familias de acogida (una solución habitual en casos de menores refugiados que cruzan solos las fronteras), o bien vivir juntos bajo la tutela de una persona adulta. En este caso, el grupo de chavales no lo dudó y optó por mantenerse unido y comenzar juntos una nueva vida en Chad, a pesar de las dificultades que esta elección conllevaba. 

Fueron trasladados al asentamiento de Dosseye, a unos 80 kilómetros de la frontera con la RCA, donde viven más de 21.000 refugiados centroafricanos.

Comenzar una nueva vida y superar los traumas

Una vez instalados en el campo, pronto se dieron cuenta de que la vida allí no iba a ser fácil. Las condiciones son duras y los chicos se tuvieron que organizar para salir adelante. Se reparten en cuatro grupos de tres para hacer las tareas diarias como recoger leña, agua, cocinar o limpiar. Incluso han establecido castigos si no se cumplen las tareas, pero como dice Amir riéndose, “nunca se han llevado a cabo”.

Han aprendido a cocinar, a criar gallinas y a seguir una rutina diaria que les permite llevar una vida relativamente normal pero muy diferente a la que tenían en su país. Ellos vivían en Bangui, la capital de la República Centroafricana. Allí fueron testigos de la violencia del conflicto que se desató en 2014. 

Amir y Moussa

“Vi los asesinatos”, afirma Amir, de 14 años, mientras se le quiebra la voz. Su madre le escondió de los milicianos que vinieron a buscarle a casa. Al día siguiente, acordó con unos soldados chadianos que se llevaran a su hijo con ellos. Le llevaron al aeropuerto y allí pudo salir en uno de los aviones que estaban evacuando del país a los nacionales de Chad. 

Desde entonces, el chico no ha sabido nada de su madre y teme que pueda estar muerta.

Otros, como Moussa, han visto morir a sus familiares. “A mi padre le mataron con un machete” dice. 

Sueños de futuro

El domingo es el día reservado por los chicos para reunirse y charlar sobre estos traumas del pasado pero también sobre sus sueños de futuro. Quieren ser ingenieros, futbolistas o altos funcionarios en otros países. Pero saben que para lograr todo eso antes es necesario formarse. “Nuestra esperanza es poder estudiar. Sólo si recibimos educación tendremos un futuro”, dice Amir.

ACNUR les ha facilitado unas bicicletas para recorrer los 7 kilómetros que separan la escuela de su hogar en el campo de Dosseye. También les asesora y sigue de cerca su evolución. Los adolescentes están además bajo la tutela de Mariana, de 65 años, su abuela adoptiva, que también cuida a otra niña de 13 años que llegó sola a Chad. Amir dice que cuando se siente mal o triste le gusta ir a verla porque les ayuda y les escucha.“No quiero que estén merodeando por el campo”, asegura Mariana. “Les animo a que estudien y no piensen en los parientes que han perdido. Deben mirar al futuro”, dice.

Aunque su futuro puede parecer incierto hoy por hoy, estos chicos se mantienen fuertes y unidos por una gran amistad que han jurado no romper ni siquiera por amor. Están decididos a seguir centrándose en sus estudios y en buscar un trabajo el día de mañana que pueda ayudarles a cumplir sus sueños.

 

La educación es uno de los pilares del trabajo de ACNUR en todo el mundo. Si tú también quieres colaborar para dar un futuro a miles de niños refugiados, puedes hacerlo uniéndote a ACNUR como socio. 

 

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