Cuando escuchamos la palabra refugiados, solemos pensar en un grupo de hombres adultos. Pero son ellas, las mujeres refugiadas, quienes suman más de la mitad de quienes huyen por tierra, mar y aire para salvar sus vidas en todos los países del mundo.
Además, las mujeres refugiadas no sólo se enfrentan durante la huida a muchos más peligros asociados al género, sino a menos oportunidades a la hora de estudiar o acceder al mercado laboral. Hoy, nos centraremos, entre todas ellas, en quienes se han convertido en refugiadas por ser mujeres o niñas.
Porque ACNUR también es la Agencia de la ONU para las Refugiadas. No las olvidemos.
Sadia llegó a Camerún huyendo de la violencia. Tenía solo 14 años cuando sus padres decidieron casarla con Abdou, un hombre con más del doble de años que ella. Cuando ella mira a otros hombres, su marido se enfada y le pega.
El matrimonio infantil es más frecuente entre las familias que han tenido que huir y apenas tienen medios para alimentar a sus hijas. “Las niñas son una carga, económicamente, no podemos alimentarlas a todas. Para quitarte una carga, puedes conseguir un buen hombre que la proteja y la mantenga”, dice otro hombre que se casó con una menor refugiada en Jordania.
Cada 3 segundos, una niña es obligada a casarse en algún lugar del mundo.
Cuando Brenda fue a la policía para denunciar a su pareja, el mensaje fue claro: “No podemos hacer nada por ti”. Él era el líder de una de las bandas callejeras de San Pedro Sula en Honduras. Los continuos abusos, violaciones y palizas que recibía Brenda le hacían temer no solo por su vida, sino también por la de sus hijos. El pequeño, solo tenía 9 años.
Armada de valor y pese a las amenazas de su pareja si intentaba escapar, Brenda y sus tres hijos huyeron hacia el norte del país en dirección a México. Allí, ella y su hija se convirtieron en refugiadas por violencia de género.
Aunque Nadia nació en un cuerpo de hombre, ella siempre se sintió mujer, algo que su entorno, en Irak, no admitió fácilmente. Años de abusos derivaron en un secuestro junto a otras personas transgénero por parte de un grupo extremista. “Ellos nos torturaban y golpeaban fuertemente”, dijo recordando cómo sus compañeros tenían orificios sellados con pegamento.
Cuando consiguió escapar, Nadia llegó hasta Líbano, un país más tolerante con las distintas identidades de género. Allí se convirtió en refugiada y ha conseguido ayuda gracias a ACNUR a través de uno de sus socios especializados en igualdad de género. Igual que ella, al menos 810 personas LGTBI llegaron hasta allí en 2016 y han recibido ayuda para reemprender sus vidas.
Aisha es una mujer valiente y luchadora que sufrió la mutilación genital femenina en sus propias carnes cuando tenía siete años. Pero el dolor fue aún mayor cuando, a sus espaldas, cogieron a su hija para practicarle la ablación con apenas cuatro años.
Cuando se enteró, se prometió que su segunda hija no pasaría por lo mismo y huyó del país, convirtiéndose en refugiada para poder salvarla de la mutilación genital femenina.
A los 13 años, Adia fue secuestrada por Boko Haram en Nigeria. Al igual que ella, cientos de mujeres y niñas viven cautivas obligadas a trabajar como esclavas, convertidas en un arma de guerra. Otras, son obligadas a casarse con sus secuestradores y quienes se niegan se ven empujadas a entrar en mercados o pueblos con explosivos en el abdomen.
Cuando Adia consiguió huir de sus secuestradores, no le esperaba un destino mejor. Sin saber dónde estaba su familia, ni qué comer, se vio obligada a practicar sexo por supervivencia: a tener relaciones a cambio de la comida del día y se quedó embarazada.
Ahora, ACNUR está buscando soluciones para Adia que ha sido trasladada a un campamento de refugiados donde podrá recibir educación y servicios de apoyo psicológico.
El porcentaje de niñas que caen en redes de trata, la mayoría de explotación sexual, se duplicó entre 2004 y 2014. Un problema que, especialmente cuando hablamos de tráfico sexual, afecta casi en su totalidad a mujeres y niñas.
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