El domingo 7 de mayo se celebra el Día de la Madre en todo el mundo. En honor a todas las madres, pero especialmente a esas madres refugiadas que se han encontrado grandes obstáculos para salir adelante, te presentamos algunas historias de mujeres refugiadas de todo el mundo que, gracias a su resiliencia, están logrando sacar adelante a sus familias y construirse un futuro.
Porque ser madre y refugiada no es una tarea fácil.
Eunice huyó de su aldea, Yambio, en Sudán del Sur, cuando vio los ataques y violaciones que se estaban produciendo en su barrio. A pesar de que acababa de dar a luz a su pequeña Chance, decidió escapar con su marido y sus seis hijos y emprender un duro viaje sin comida y enferma. Lograron llegar a la frontera de la República Democrática del Congo y hoy se gana la vida haciendo trenzas a mujeres congoleñas.
Pramila Gajurel (25 años) es una superviviente del terremoto que devastó Nepal en 2015. Dio a luz a su hija pequeña ocho días después del seísmo y pudo salvar a sus otras dos hijas en el momento en que la tierra comenzó a temblar y derrumbó su casa.
Tardó meses en reconstruirla, pero finalmente ha podido volver a su aldea y retomar su vida.
Nisrine (34 años). Esta mujer siria, viuda y madre de cinco hijos, es una de los miles de personas que han pasado semanas atrapadas en Idomeni (Grecia). Las condiciones de vida en este asentamiento son muy duras y lo que más le preocupaba era la salud de sus hijos y poder llegar a un lugar donde rehacer su vida con ellos.
“Soy a la vez madre y padre”, dice Nisrine. “Dios me da fuerzas para cuidar a mis hijos”, asegura.
Nyuot Duop (24 años) caminó durante 12 días con sus hijos para buscar seguridad cuando los combates llegaron a su aldea. Huyó a la ciudad de Leer y allí se reencontró con familiares que también habían huido de la violencia en Sudán del Sur y a los que no había visto desde hacía tiempo, como su sobrina.
Este reencuentro significó para ella algo parecido a estar en casa, aunque lejos de su aldea natal.
Maryam (30 años) cuida ella sola a sus cuatro hijos en Líbano. Huyeron de Siria a causa del hambre. “Literalmente nos estábamos muriendo de hambre”. En Líbano, esta refugiada siria trabaja recolectando verdura y gana unos 6 dólares al día.
Con eso y las ayudas que le da ACNUR logra mantener a su familia.
Para Aqeela Asifi la educación de las niñas refugiadas es fundamental para garantizarles un futuro digno. Esta profesora de origen afgano ganó en 2015 el Premio Nansen de ACNUR por su labor a favor de la educación de las niñas.
Aqeela es una luchadora que apuesta por un futuro donde las mujeres tengan más peso en la sociedad.
Kelly (24 años) tuvo que huir de niña y lleva desde entonces viviendo en un asentamiento para desplazados internos en Soacha, donde ahora también ha nacido su hija Jireth. Aquí, los programas de formación de ACNUR hacen posible que muchas mujeres como Kelly adquieran habilidades que les permitan ganarse la vida y sacar adelante a sus familias, así como luchar contra la pobreza.
Nbela (30 años) ha montado un restaurante con su hermana en la aldea ugandesa a la que llegó con sus tres hijos y otros familiares huyendo de la violencia en Burundi. “El negocio no es fácil porque aquí la gente no tiene mucho dinero. Nuestra vida ha cambiado mucho desde que nos fuimos. Espero conseguir un trabajo que nos de dinero suficiente para que las cosas vuelvan a ser como antes”, cuenta Nbela.
Nemah (49 años) escapó de la guerra en Yemen con sus tres hijas y su marido. “Vivíamos con miedo cada minuto y no podíamos dormir”, recuerda. Echa de menos su tienda de ropa, su casa y a su familia, pero en Adis Abeba, aunque pasan dificultades económicas, al menos sus hijas están a salvo de la violencia y ese es su mayor consuelo hoy en día.
En el Día de la Madre y el resto de días del año, ACNUR trabaja para que madres e hijos más vulnerables puedan construir un futuro.